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Arte

El amarillo sólo como espacio y como lugar

Paloma Gámez y las dificultades de la monocromía pictórica "iconoclasta"

Una pieza de Paloma Gámez en la galería Guillermina Caicoya.

Un metro cuadrado azul es más azul que un centímetro cuadrado de azul. La frase, que debiera haber dicho Y ves Klein, que inventó y se hizo fabricar y patentó un sintético "International Klein Blue" (IKB), en realidad es de Matisse. En cualquier caso resulta muy expresivamente cierta, como se puede experimentar visitando esta exposición de Paloma Gámez (Bailén, 1964) con solo cambiar azul por amarillo, amarillo flúor en concreto, como puntualiza el título de la muestra. No sé cuántos metros cuadrados tendrá esta extendida monocromía que invade, inunda se podría decir, la galería de Guillermina Caicoya: acrílicos amarillos sobre las paredes, sobre papeles lisos o pautados, y como pieza maestra una monumental escultura, un prisma dodecagonal de dos metros de altura construido con doce lienzos pintados, que ocupa la totalidad del centro de una sala y hace difícil caminar en torno a su círculo. Pintura, escultura, arquitectura, la abrumadora presencia de un color que funciona como espacio y como lugar al mismo tiempo y una experiencia artística, estética y sensorial que en definitiva es de lo que se trata.

La monocromía en el arte, uno de los grandes hallazgos de la pintura contemporánea, se remonta al Blanco sobre blanco de Malevich en 1918, y luego al trabajo de Rodchenko con los colores primarios. Quizá ya desde ese origen se diferenciaron dos opciones en su tratamiento formal y conceptual, la místico-espacial y la concreto-literal. Guillermina Caicoya ha expuesto ejemplos de ambas maneras y pienso que en la pintura de Paloma Gámez hay algo de cada una de ellas.

No aparentemente, ya que parece negar la primera. Porque Malevich se inspiró para la monocromía en la experiencia de volar en el espacio infinito y afirmaba que el color y la textura eran la esencia de la pintura, el valor máximo de la creación (descubrir esos valores de la superficie hubiera sido más importante para los maestros del Renacimiento que cualquier Madonna o Gioconda, afirmaba). Y resulta que Paloma Gámez no quiere saber nada de las texturas en sus monocromías, ni del gesto, la huella, la mano del artista, la marca del pincel, del trazo... solo el color reflejando la luz, después de haber sido extendido sobre la superficie, con cepillos según parece, analizando sus propiedades físicas, experimentando sutiles variaciones, matices, depurando, deconstruyendo, pintando sin pintar se ha escrito de ella. Un proceso complejo para construir no cuadros sino espacios.

Y sin embargo, en la contemplación desmiente la obra el pretendido formalismo neutralizador, porque la enriquecen sugestiones de la sensible diversidad de los delicados matices posibles, en la modulación de la luz, pero también ocasionalmente en el amarillear del levísimo tejido de las sombras. De ahí su contenido emocional, no solo en el número de los metros cuadrados de amarillo, flúor por supuesto, como supongo que Paloma Gámez sabe mucho mejor que yo. Dicho lo cual añadiré que se queda uno con ganas de ver más obra de esta interesante artista, de su monocromía "iconoclasta". Sobre todo esa exposición de la que he tenido noticia por un catálogo en la que interpreta la pintura de mi admirado José Guerrero, uno de los españoles del expresionismo abstracto "americano" junto a Esteban Vicente, en el Centro de Granada que lleva su nombre. Ha borrado en las obras de Guerrero cualquier atisbo de pincelada, de gesto, de trazo, ha hecho desaparecer al autor llevando su pintura a una particular esencia, dice el catálogo ¿Cómo lo hará? Eso es una de esas cosas que uno necesita ver.

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