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Pessoa es un continente

El mendigo y otros cuentos, prosa contra la ilusión de las certezas

Pessoa es un continente

En El libro del desasosiego, uno de los muy escasos documentos que pueden reclamar para sí haber sobrevivido indemnes a cualquier tentativa de interpretación, Fernando Pessoa sintetizó uno de los artículos más célebres de su fe: "Pertenecer: he ahí la trivialidad. Credo, ideal, mujer o profesión: todo esto es la celda y los grilletes. Ser es estar libre". Porque ese ser, ese hombre llamado Fernando Pessoa, fue complejo y por ello libre hasta decir basta, y aún hoy, una vez que la medicina, la psiquiatría, la filología, la hermenéutica y la filosofía han destripado su peripecia y su obra, seguimos asistiendo a la celebración de su enigma, hecho que refrenda cada nueva publicación que nos entrega un pedazo de esa tarea polifónica, polimórfica e incluso políglota que, asombrosamente, nació bajo un solo sombrero.

Los textos reunidos en El mendigo y otros cuentos consolidan la sensación siempre movediza, entre la extrañeza y la familiaridad, el abismo y la planicie, que supone espigar la cosecha de uno de los escritores más singulares que han existido. Pessoa acuñó en este puñado de prosas varias de las monedas más notables de su tesoro. He aquí motivo para las fábulas y el simbolismo, en ese relato bellísimo, de corte artúrico, titulado "El peregrino"; he aquí lugar para los dramas del teatro estático, remedos de dialéctica en torno a una idea (justicia, belleza, Dios) que recuerdan los festivos encuentros de los ágapes platónicos; he aquí, en definitiva, las llamaradas de fulgor poético, articuladas alrededor de una sensibilidad que fue única siendo de muchos, y que por ello, en la medida en que escapó al dogmatismo de las fórmulas, brilla como una radiante, apretada, inagotable floresta.

Pessoa, que fue un continente literario en sí mismo, abunda en estas páginas en una de sus más recurrentes batallas, la guerra contra la ilusión de poseer certezas, el elogio de la incertidumbre como método de vida y, por extensión, como mapa para la creación. Vanguardista también en esto, en su sospecha de la norma, sus convicciones recogen el sentir de una época, las dos primeras décadas del siglo veinte, donde la tierra firme de la plástica, de la psique e incluso de la matemática zozobró sin remedio: "Cualquier sistema metafísico", se lee en una de las prosas que nos ocupan, "lleva al escepticismo, pero la razón es incompetente para demostrar que es incompetente, por eso necesita demostrar su competencia. El círculo vicioso es la única verdad lógica. El sofisma es lo real; lo que no existe es la certeza". Al convertir la paradoja, la anfibología, el conflicto entre imaginación y realidad, ser y parecer, permanencia y disolución en piedra angular de su proyecto, Pessoa borró los límites entre escritura y experiencia, dinamitó los puentes del formalismo y abdujo a generaciones de lectores que ante su obra sienten ese pasmo que procura leer a quien, llevando la historia de la literatura dentro de sí, no se parece a nadie y no ha dejado epígonos.

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