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Pensamiento

El saqueo de Nietzsche

¡Soy dinamita!, una nueva biografía de un autor que hoy sería una estrella

Foto clásica de Lou Andreas-Salomé con Paul Rée y Friedrich Nietzsche.

De todos los filósofos ya clásicos, Nietzsche es quizá el que más reconocimiento encontraría hoy. La singularidad de su filosofar y su modo de exponerlo le concederían la relevancia de la que careció en su época, liberándolo del aislamiento que fue a la vez impulso para pensar y frustración existencial. En lo formal, encontraría rápido acomodo en un entorno digital que se mueve a impulso de lo fragmentario, de la escritura en corto, de lo asistemático y de todo lo que fluye por debajo de la razón canónica. Su biografía es también la de alguien que lleva al extremo, de una manera trágica y autodestructiva, su propósito de acercar su vida a su pensar, su voluntad de ruptura. Todo ello lo dota de un perfil tan marcado como su propio rostro, de una existencia con mucho potencial narrativo, que coloca al personaje por encima de su propia filosofía y lo hace atractivo a un público más amplio que el interesado de manera primordial en su pensamiento. Eso es lo que explota Sue Prideaux en Soy dinamita (Una vida de Nietzsche). Y quizá él lo hubiera agradecido convencido de que "el producto de los filósofos es su vida. Ésta es su obra de arte" y "por mucho que se enaltezca el hombre con su saber y se tenga por objetivo, al final sólo le queda su propia biografía".

En la senda de Schopenhauer, Nietzsche es una ruptura con el pensamiento alemán más clásico. Su forma de cuestionar la razón como asidero fiable frente al caos del mundo choca también con un contexto en el que la fe en la ciencia y el progreso desbarata la pretensión de situar el impulso motor de ese mundo en elementos más inaprehensibles, que está más cerca de lo que es el origen del hombre, de sus propias pulsiones vitales, desde las más elementales a las más elevadas, y de las que se ha despojado bajo el engaño de su capacidad de autocontrol.

Buen conocedor de ella, Nietzsche se distancia de la filosofía alemana precedente por la búsqueda de un modo propio para el fluir del pensamiento. Frente a un afán de sistematización, de acuñar conceptos y de hacer del alemán la única lengua de la filosofía, que la convierte en un terreno de difícil acceso e inteligibilidad, él se vanagloria de todo lo contrario. Si la frase de Kant que, en su Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, se prolonga durante página y media sirve de medida a lo que le precede, Nietzsche se vanagloria de su capacidad para impactar con lo breve. "Yo soy el primer alemán que ha dominado el aforismo, y los aforismos son una forma de eternidad. Es mi ambición decir en diez frases lo que todos los demás dicen en un libro, lo que todos los demás no dicen en un libro", escribe en El crepúsculo de los ídolos. El suyo es un pensamiento que fluye a impulso de una escritura muy potente, ajeno al afán de sistematicidad, que reniega de forma expresa de todo confinamiento en los límites del sistema.

Con su complacido autorreconocimiento "soy dinamita", que da título al libro de Prideaux, Nietzsche se apropia del juicio que J. V. Widmann emitirá en su crítica a Más allá del bien y del mal. Era 1886 y el invento de Alfred Nobel llevaba dos décadas mostrando un insólito potencial para modelar el mundo físico. Y la metáfora de Widmann será también una de las primeras muestras de la fuerza de irradiación del pensamiento de Nietzsche, oculta bajo las menguadas ventas de sus libros.

La aparente facilidad del aforismo nietzscheano, que llega a dominar su obra en un proceso que pudiera guardar relación con sus problemas neurológicos, terminará por reducirlo a un filósofo del menudeo. En Humano, demasiado humano, se duele de que "los peores lectores son quienes se comportan como soldados entregados al saqueo: se llevan cuanto puede serles útil, ensucian y revuelven el resto, y ultrajan todo". Por eso en 1887, en el umbral de su triste final que se prolongará hasta 1900, se marca el objetivo de "construir en los próximos años un edificio de pensamiento bien trabado". Aspira así a la obra definitiva, al compendio que nunca alcanzará.

La biografía de Prideaux acerca a Nietzsche sin caer en la tentación de expoliar cuatro frases para retirarse sin haber entendido nada. La especialidad de la autora son las biografías y antes pasaron por sus manos Munch y Strindberg. La de ahora es el resultado de un trabajo de cuatro años, que va desde un manejo elemental de la obra del filósofo a la persecución de su sombra difuminada hace ya bastante más de un siglo en algunos de los escenarios de su vida. Prideaux facilita conocer a Nietzsche desde un relato que enfatiza ciertos aspectos morbosos, como los entresijos de su ruptura con Wagner o el papel de su hermana en una glorificación póstuma que lo llevaría, con falsedad, a figurar como adelantado al nazismo y terminar en Weimar, el mausoleo de la cultura germana. La "ofensa mortal", como Nietzsche la calificó, de que Wagner atribuyera, en la correspondencia con su médico, los males físicos que padecía el amigo a los excesos masturbatorios acabó con un vínculo de comprensión y admiración mutuas surgido treinta años atrás. Pero la suya era una relación declinante desde mucho antes, desde que Wagner eligiera la gloria terrena frente a la obra suprema, la auténtica traición que Nietzsche le reprochaba.

Al margen de esa visión "Sálvame", la de Prideaux es una biografía correcta que poco aporta. Pese a su aparente facilidad, adentrarse en el filósofo requiere de perspectivas más complejas, como la de Dorian Astor en Nietzsche. La zozobra del presente (Acantilado, 2018) o la biografía de su pensamiento, de Rüdiger Safranski, el autor que mejor ha sabido acercar la filosofía alemana a un público amplio. "Quien tenga el pensamiento por un asunto vital, nunca podrá despedirse de Nietzsche", escribe en su completísima obra. Pero esos no son los lectores que se acomodarán al libro de Prideaux.

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