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Arquitectura

La comunión de José Manuel Caicoya y Manolo García

El Colegio de Arquitectos de Asturias premia la inmutabilidad de la obra de dos primeros espadas

La casa cuartel de Piedras Blancas.

Una de las cualidades que siempre me cautivó de la arquitectura es que nos sobrepase en nuestra muerte, que podamos generar emociones cuando nos hayamos ido. Sin embargo muchas veces, y es un dolor, cuando dedicas tu tiempo y tu pasión a una obra y ves que causas ajenas la desvirtúan o directamente la demuelen... es muy triste. Solo quedan las fotos.

El colegio de Arquitectos de Asturias ha credo un premio, esta es su segunda edición, en el que valora la inmutabilidad de la obra, su capacidad para que el tiempo pase y fuera del arañazo del presente, siga provocándonos esa paz que las buenas obras adquieren, esa intemporalidad, y no solo desde el punto de vista espiritual sino también constructivo (vamos: que la obra aguante el tiempo).

Este año lo han recibido las casas cuartel de Pola de Lena, Castrillón y Luarca de mis queridos amigos, y que difícil se hace escribir en estos casos, José Manuel Caicoya (Gijón, 1951-2007) y Manuel García (La Habana, 1952).

Este tándem empezó su andadura con un gran premio, la segunda posición en un importante concurso nacional, en La Vaguada, Madrid en 1980 (también en el equipo entonces José Ramón Alonso Pereira ahora Catedrático en La Coruña). Nos dejaron obras muy interesantes con esta cualidad de la buena vejez, nunca del aspaviento, y siempre del cuidado control de las presencias, de la contención, de la simetría, del orden...

Todo esto hace que cuando ves sus obras, sus modelos para ocupación del medio rural por ejemplo, todo parezca sencillo, sabiendo nosotros que llegar ahí requiere un esfuerzo enorme. Este buen hacer favoreció que llevaran en varias ocasiones el premio Asturias de Arquitectura (precisamente en una ocasión, en 1983, por la Casa Cuartel de Piedras Blancas).

En otra ocasión, ganaron el premio Asturias por un cierre en la cueva prehistórica de los Azules, de muy poca superficie pero de un gran contenido (como un poema). Manolo, por su parte lo ganó una vez más con unas delicadas intervenciones en el Pueblo de Asturias de Gijón (con Enrique Perea).

Aunque eran un tándem consolidado, Manolo tuvo su etapa de responsabilidad en la Consejería de Patrimonio e hizo intervenciones, incluso en Santa María del Naranco, muy notables y discretas, y por su lado Pepe Caicoya tuvo una etapa en temas urbanísticos como la playa de Poniente en Gijón, planteando los edificios barco, también, el puerto deportivo en la ría de Avilés, jardines...o el PERI de Luanco, que hizo soportar como pudo a este pueblo "marinero" los envites de la promoción.

Manolo llevó precisamente en Luanco cruzadas para proteger lo inevitable, la conservación del paseo de la playa de nuestra infancia, de Pesquerías, de aquellas duchas que bajábamos en la zona que llamaban de la Muerte, de aquella estructura de hormigón para secar redes que había en el Gayo delante de los Astilleros Vega que también cayeron...

Además ambos eran unos grandes estudiosos, Caicoya amplio en Geografia sus conocimientos, cursos también de la Universidad de La Coruña en Arte y Arquitectura, también pintaba (¡y cuanto decía con sus dibujos de arquitectura con pocos trazos!). García, siempre estudioso, pasó un año cogiendo aviones a Barcelona para perfeccionar sus conocimientos de medio ambiente. Caicoya miraba más a la idea global y a la escala grande, urbana, y Manolo más a la precisión, el patrimonio y la pequeña escala donde sigue dándonos oro en todo lo que toca.

Hicieron una reforma muy interesante y querida en Gijón que es la Biblioteca Jovellanos. Pepe firmó la restauración del mercado de Pola Siero, obra de Ildefonso Sánchez del Río, proponiendo dos niveles de mercado que ya han sido demolidos.

Manolo ha hecho, preciosos, dos edificios en la ciudad romana de Veranes, el de acceso, conformado con gaviones de piedra, y el de protección de unos mosaicos (que también ha sido profundamente transformado).

Pepe, de físico arrollador, era más comunicador, escribía frecuentemente en las páginas de este periódico y Manolo es más íntimo, más tímido incluso (me decía con humor fino, del que rebosa, en cierta ocasión que él no existía, que en Gijón era el socio de José y en Luanco, el marido de Mayoya) ¡Pero vaya si existe!

Comí muchas veces con Pepe y como muchas veces con Manolo, de quien aprendo mucho, a quien le mando dudas para que me riña, sobre todo de cómo mirar el mundo, cómo asumir problemas, cómo ser generoso (siempre que se pide un grupo de trabajo, las vías de Gijón, Patrimonio... siempre está allí, desinteresadamente trabajando sin que nadie, cree él, se entere de su labor callada. Pero ya ves, todos lo sabemos.

Me produce una enorme tristeza escribir esto, por la juventud del cuerpo que nos dejó apoyado sobre el tablero de dibujo, no de su recuerdo que siempre tenemos presente y también triste por el borrado, que nuevos dueños, inquilinos, generaciones, hacen de parte del legado de tan feliz comunión de primeros espadas.

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