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Libros

El interés de la vida privada de los poderosos

Dominick Dunne sirve de manera exquisita las miserias de la alta sociedad americana en Una mujer inoportuna

Dominick Dunne.

"La oleada de pánico que atravesó la ciudad era superior a nada de lo que había visto antes. La gente estaba convencida de que la comunidad de ricos y famosos estaba en peligro. A los niños se les sacó de la ciudad. Se alquiló seguridad. Steve MacQueen se llevó un arma cuando acudió al funeral de Jay Sebring". A Dominick Dunne el asesinato de Sharon Tate y sus amigos le pilló in situ, en el hedonista y frenético Hollywood de los años 60, como productor. Describió así los días que vinieron después del horrendo y descerebrado crimen, ahora de actualidad al cumplirse el redondo aniversario de los 50 años y ser llevado al cine de forma genial por el director Quentin Tarantino en un afán de divertida venganza. Dunne, al igual que su cuñada la escritora Joan Didion, vio en aquella tragedia el fin de una época, aunque aún quedaba por delante la no menos frenética década de los 70 y 13 años después el destino le llevaría a escribir de otro trágico suceso en el soñado y despiadado Hollywood, el asesinato de su propia hija y actriz Dominique a manos de su exnovio. Sus crónicas al respecto en "Vanity Fair" son famosas.

Todo, su paso por la meca del cine, haberse codeado con la aristocracia del celuloide de la época y, posteriormente, forjarse una brillante carrera como reconocido escritor y periodista ya en la costa este de Estados Unidos, le permitió ser, quizás, uno de los mejores en saber retratar los bajos fondos de la alta sociedad norteamericana de finales del siglo XX, esa que domina la economía y la política del país, que vende una imagen de glamour y de ejemplo a seguir, pero que, bajo su exquisita apariencia, esconde corrupción y miserias personales. Así lo demuestra en Una mujer inoportuna (Libros del Asteroide, 2019), novela en la que hurga en la intimidad de los ricos, los poderosos, a los que abre en canal para mostrar su vida sin cortapisas, de forma detallada y exquisita. Una vida que al final queda a la altura de la de los pobres diablos de las clases más bajas.

La historia del bien situado y acaudalado matrimonio Mendelson, de la camarera aspirante a actriz Flo March, del chapero Lonny, del escritor Philip Quennel y del resto de la variopinta fauna de Los Ángeles de principios de los 90 es una (deliciosa, amena, trepidante y muy bien escrita) novela, pero bien podría pasar por una crónica de sociedad o del género negro. El sexo y el dinero al fin y al cabo están detrás de todo y lo mueven todo en última instancia, tanto entre la gente de a pie como en las más altas esferas. Así de sencillo y de triste, viene a decir Dunne. Se hablará de motivos políticos, de cuestiones económicas, de decisiones empresariales, del altas razones de Estado para explicar por qué pasan cosas importantes: la invasión de un país, la división de un imperio, la caída en desgracia de un gran líder, la disolución de un partido, la mala deriva de una empresa? Pero si se hurga, casi siempre hay una explicación más simple, emocional, que anida en lo más profundo de la naturaleza humana. Y esa es la lección que deja Dunne, cuyas historias no han envejecido, ni tampoco sus personajes ni sus tramas.

Hay también algo de autobiográfico en Una mujer inoportuna, que bebe de la vida misma de su autor, un periodista de Connecticut de origen irlandés y católico que en los años 50 y 60 trabajó en Hollywood junto a las estrellas del momento. Supo irse a tiempo y alejarse de sus adicciones para acabar refugiado en la escritura: en los 80 y los 90 alumbró Una mujer inoportuna, y también las famosas Las dos señoras Grenville y Una temporada en el purgatorio, ambas en la misma línea y editadas por Asteroide en España. Su lectura es necesaria, porque es sano y necesario saber que hay ricos y poderosos, grandes financieros y empresarios, políticos de altura, que se drogan, son adúlteros, van de putas y pasan las vacaciones en resorts de lujo de países en manos de gobiernos corruptos. Son los mismos que luego dirán al común de los mortales lo que está bien y mal, legislarán y tratarán de dar lecciones de moralidad. Su vida pública se conoce y la privada conviene desnudarla. Más que nada porque el que ha decidido predicar en público, debe hacerlo con el ejemplo.

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