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Ricardo García Cárcel

"Falta seguridad en nuestra propia conciencia nacional"

"Hay que conjugar el patriotismo emocional y el constitucional, como ocurrió en la guerra de la Independencia"

Ricardo García Cárcel. LUISMA MURIAS

La vuelta a las librerías de La nación indomable (Los mitos de la guerra de la independencia), de Ricardo García Cárcel (Requena, 1948), permite ampliar el horizonte del debate político y social sobre lo que España es y los vínculos entre los territorios que la configuran. El libro, cuya primera edición coincidió con la celebración de los doscientos años de la guerra de la independencia ("los historiadores somos parásitos de los centenarios", afirma su autor) se adentra en una de nuestras grandes encrucijadas históricas y nos devuelve a un modelo de patriotismo, conjunción de lo emocional y lo constitucional, que García Cárcel propone como remedio para momentos tan confusos como los actuales. El diagnóstico de este catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Cataluña, premio nacional de Historia en 2012, es que "falta seguridad en nuestra propia conciencia nacional".

-Lo más nuevo de esta edición es el prólogo. Tercia en la controversia entre la imperiofobia y la imperiofilia, que usted propone resolver con más historia.

-La principal novedad desde 2008 es la polémica sobre la imagen de España. Por un lado está el prodigioso éxito editorial de Elvira Roca Barea y su Imperiofobia, que suscitó algunas crítica, entre las que destaca la de José Luis Villacañas, con su ataque frontal en Imperiofilia. En este contexto renace el interés por un pasado con connotaciones polémicas. Ese conflicto es el símbolo del patriotismo hispánico. El período de 1808 a 1812 marca lo que podríamos llamar el nacimiento del patriotismo emocional y del patriotismo constitucional español. Pero esa guerra deja tras de sí un legado también ambivalente. Por un lado, el de un rey, Fernando VII en principio muy deseado, que después se constató que no merecía esas efusiones; por otro, los problemas del militarismo español. La inclinación de los militares a interferir el política y las propias guerras carlistas, en buena parte son también herencia de ese momento.

-¿A qué se refiere con el conflicto sobre la imagen de España?

-En 1992, en el canto de cisne de la Transición, entendimos que tocaba enterrar la visión victimista de España, que arranca con el libro de Julián Juderías sobre la leyenda negra, y que da la imagen de una España sufriente víctima de una campaña permanente de descalificación y ultraje. Fuimos enormes optimistas y felices al considerar que, en ese marco de construcción europea, había que enterrar la mitología victimista. ¿Qué pasó en ese tiempo que la imagen de una España feliz que se abraza a Europa, como para que vuelva a resucitar el viejo fantasma del no nos quieren?

-Responda a su propia pregunta.

-Europa dejó de ser el referente feliz al que apelaba Ortega cuando decía aquello de "España es el problema, Europa la solución". Esa Europa está en crisis, hay una corriente de eurofobia y de decepción. Con respecto a España ha surgido un flujo de pesimismo, que alimenta el retorno a la idea de la malquerida, quizá por falta de seguridad en nuestra propia conciencia nacional, ese es mi diagnóstico. Han surgido problemas territoriales que afectan a la identidad colectiva española y generan ansiedad de autoestima nacional, que es el fundamento del éxito prodigioso de Roca Barea, que otorga a la sociedad española la autosatisfacción de lo que nos hacía falta.

-Roca Barea lo tiene en su punto de mira. Contrasta la visión suya de los afrancesados como patriotas con la que ella sustenta en sus nuevo libro "Fracasología", en el que los identifica como una élite dañina.

-Estoy a favor del propio término "fracasología" como crítica a una tendencia masoquista y autofustigadora de la sociedad española. Ella apela a lo mejor de nuestra épica, primero la épica imperial y después la épica de la guerra de la independencia. Agradezco que se halague la autoestima nacional, pero ante todo uno tiene que ser historiador, y más allá de lo emocional está la racionalidad de la historia, que nos muestra a los afrancesados como gente que consideró que, dentro del mundo liberal, a España le convenía acercarse a las nuevas ideas de la Revolución Francesa, que enterraban el antiguo régimen. Eran liberales pragmáticos que entendieron que la dinastía borbónica, a la que pertenecía Fernando VII, era tan ajena a España como podía serlo Napoleón. Desde esa óptica hay que entender el mundo afrancesado. El propio reinado de Fernando VII les dio la razón. José I, el malhadado hermano de Napoleón, demostró en más de una ocasión que se creyó el papel que le habían asignado, incluso enfrentándose a la decisión de su propio hermano de separar el territorio catalán para incorporarlo a Francia. Es un personaje que me suscita ternura.

-Pero hay una cierta historia para la que esos afrancesados son simples traidores.

-Puedo entender el perfil ideológico de los afrancesados y la palabra traición la he oído demasiadas veces en la historia de España y en la Cataluña actual, en la que vivimos permanentemente bajo el síndrome de la traición, un lastre inmovilista. En el nacionalismo catalán hoy no se mueve nadie ante el miedo a ser etiquetado como traidor. A veces la traición es necesaria para cambiar un determinado modelo político, aunque esto suene a apología de la traición.

-Domina la idea de que España como nación se acuña en la Cortes de Cádiz. Usted parece un poco reticente a eso.

-No, lo que sostengo es que en el marco de la guerra de la independencia se conjugan dos modelos de patriotismo, ambos necesarios. Uno es el patriotismo sentimental o emocional, el de los héroes del 2 de mayo. La constitución de 1812 hubiera sido imposible sin ese soporte emocional previo de 1808. Esa unión de lo emocional y lo constitucional es la que necesitamos recuperar en estos tiempos que vivimos. El patriotismo constitucional por sí solo vemos que ahora no tiene capacidad de movilización. La Constitución del 78, con todas sus virtudes, no acaba de arrastrar al conjunto de la sociedad española. Hace falta adobar esa Carta Magna con el sentimiento de la nación española.

-El término nación es muy polisémico y el debate territorial español, en ciertos aspectos, tiende a parecer más una discusión semántica que política.

-Los debates terminan mal porque nunca acabamos de consensuar el sentido de las palabras. El término nación adquiere connotaciones muy distintas. Es fundamental que armonicemos criterios en torno a una identidad española que conjugue sentimiento y la razón política de la constitución del 78. El sueño ahora no es el de la nación indomable sino el de una nación con unidad orgánica.

-Ciertos usos de la historia no ayudan para resolver esos problemas de identidad.

-En este contexto político hay una historia muy contaminada de ideología, en la que el historiador escribe del pasado para ratificar sus prejuicios.

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