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MúSICA

Bruckner de cámara

Lucas Macías dirige a músicos de la Royal Concertgebouw Orchestra en Bilbao

Lucas Macías. Irma Collín

Hace unas semanas comentábamos en estas páginas de Cultura la necesidad de revitalizar la Sociedad Filarmónica de Oviedo y poníamos como ejemplo el trabajo que lleva décadas haciendo la entidad homóloga de Bilbao. La Filarmónica bilbaína acaba de protagonizar un ejemplar traspaso de poderes, tras una larga y fecunda etapa liderada por Asís Aznar -quizá el mejor presidente que ha tenido la entidad en su historia-, a una nueva directiva capitaneada por Carmen Iztueta y en la que ya se perciben cambios y acertadas ideas que, sin duda, redundarán en el beneficio de la misma. Además, acaban de hacer una espectacular remodelación de su sede que ha transformado por completo los accesos a la misma, modernizando los espacios comunes y restaurando el hermoso interior modernista de la sala, de espectacular acústica.

El referente de la institución ha sido siempre el traer a Bilbao los mejores músicos del mundo y expresados estos a través de la música de cámara. De este modo, han conseguido tener el más relevante ciclo camerístico de España, con una programación intensa a lo largo del año a la que acuden los socios con fidelidad total, sabedores de que tienen en su ciudad una oferta de primer rango, a la altura de la que se ofrece en ciudades como Londres, París, Viena o Berlín, por citar algunas de las capitales internacionales de la música.

A finales de febrero acudió a la Sociedad el director titular de Oviedo Filarmonía y lo hizo al frente de la Camerata Royal Concertgebouw Orchestra. Conoce bien Macías a la formación holandesa, de la que formó parte como solista y tiene, por tanto, perfecta conexión con sus músicos. Esto se dejó ver en la espectacular versión que ofreció de la "Sinfonía número 7 en mi mayor WAB 107" de A. Bruckner en el arreglo camerístico que realizaron Hanns Eisler, Erwin Stein y Karl Rankl todos ellos del círculo de Arnol Schönberg. El compositor impulsó la Asociación para la ejecución musical privada en la que en la que se interpretaron decenas de obras que se adaptaban para piano o para en transcripciones de pequeño formato. La asociación acabó cerrando en 1921, año precisamente, en el que se realizan los arreglos de la obra de Bruckner y, de hecho, no llegó a ser estrenada por ellos, teniendo que esperar a 1994 para ver la luz una propuesta tan interesante como arriesgada.

Diez músicos de la Concertgebouw levantaron la obra con una eficiencia absoluta bajo la dirección rigurosa, seria, casi arquitectónica de Macías. La obra en este formato adquiere, como es lógico, otras sonoridades, otros matices expresivos que son, para sus intérpretes, de una exigencia mayúscula. Por ejemplo para el trompa que tiene pasajes de exigencia virtuosística. Macías desgranó los cuatro movimientos con una flexibilidad estructural que permitió al público disfrutar de otra mirada a la sinfonía sin renunciar a la esencia de la misma. Es curioso cómo estamos ante un empeño colectivo, el de la reducción de la obra a un esqueleto formal sobre el que volver a reconstruirla, a través de varios compositores y como ese espíritu también es el que impera en su desglose camerístico, en la compenetración de los músicos y el director en un trabajo que no admite el menor descuido. No hay duda que las grandes formaciones sinfónicas están integradas por músicos que saben también trabajar a un altísimo rendimiento en una velada de cámara. Macías y sus compañeros de la Concertgebouw lo demostraron con creces en una noche que tuvo como preámbulo otra luminosa versión, en esta ocasión con cuarteto de cuerda, del "Concierto para piano y orquesta, nº 12" de W. A. Mozart. El éxito fue grande y merecido y tras la intepretación una parte significativa del público asistió a un muy interesante encuentro con el maestro en la misma sala.

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