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BLOC DE NOTAS

Venecia, de la exaltación a la muerte

Radiografía de Salvatore Settis sobre los males que aquejan a la Serenísima, empezando por el olvido

Venecia, de la exaltación a la muerte

Italia es el sueño que vuelve durante el resto de tu vida, solía decir Anna Ajmátova. Gran parte de ese sueño es Venecia, junto a la que hemos crecido con el agua el cuello escuchando o leyendo que se muere. Ahora nos lo cuenta con la erudición que le caracteriza, el arqueólogo e historiador del arte, Salvatore Settis, en un libro que acaba de publicar Turner, y cuya lectura fluye como un chorro en un plano inclinado, pese a las cuestiones incómodas que afronta y las ineludibles referencias técnicas que aportan solidez a cualquier conversación sobre el fin anunciado de la Serenísima. Si Venecia muere es la prueba concluyente de que se puede ser riguroso y refinado en la escritura. Los franceses dirían que se trata de una combinación feliz entre el esprit de finesse y el esprit de geometrie.

Las últimas horas de la pandemia de este 2020 han depositado sobre la ciudad agonizante una especie de tregua que no halla referencia en el libro de Settis que vio la luz hace seis años. Pero, pese a la interrupción que se ha traducido en una afluencia de visitantes mucho menor, la enfermedad sigue teniendo el mismo diagnóstico: se basa en el olvido de los propios venecianos y en la atención dañina de los ocho millones de turistas que la invaden cada año.

Este olvido propio se cierne sobre Venecia, pero para que el telón lo envuelva todo en una noche distinta, como viene a decir Settis, no es necesaria la complicidad: basta con la indiferencia. Haría falta preguntarse qué diría el arquitecto y escultor renacentista Jacopo d'Antonio Sansovino frente al dramático descenso de la curva demográfica, cuando en el siglo XVI exaltaba al pueblo que supo custodiar las glorias de la ciudad. De los casi 130.000 habitantes de 1540, Venecia ha pasado a los apenas 55.000 de hoy. Solo la peste en 1630 provocó un declive como el actual. Las causas se identifican en el envejecimiento y el éxodo de los residentes, la ruptura de las familias, la baja natalidad, la contracción continua de la población. El resultado es un dibujo de una ciudad que huye de sí misma; la muerte de Venecia, de hecho. A medida que se vacía, los pudientes y famosos descienden sobre ella, listos para comprar una casa de alto precio para usarla cinco días al año. Un traslado de población que desborda el mercado, creando un sistema de precios que expulsa a los venecianos de su ciudad y la convierte en la capital del ectoplasma del segundo hogar.

En el arranque del libro, Settis explica cómo las ciudades mueren y lo hacen de tres maneras: cuando las destruye un enemigo despiadado, y pone el ejemplo de Cartago a manos de Roma; cuando un pueblo extranjero las toma por la fuerza y expulsa a los autóctonos y a sus dioses, como Tenochtitlán, la vieja capital azteca que dejó paso a Ciudad de México, o cuando sus habitantes pierden la memoria y, sin siquiera darse cuenta, se convierten en enemigos de sí mismos, igual que le sucedió a Atenas, que terminó por perder la memoria de sí misma.

La invasión más reciente, inmoderada y destructiva de lo que fue la Serenísima la representan los gigantescos transatlánticos que rozan palacios y casas en el Gran Canal, la Giudecca y la Riva degli Schiavoni. En caso de producirse algún accidente, las compañías de seguros se encargarían del reembolso que podría convertirse en un suplemento del espectáculo. Del mismo modo que ocurre cuando uno se queda estupefacto de ver la fachada del Palacio Ducal tapada por un anuncio de perfumes, o los puestos de quincalla turística en la Piazza San Marcos, justo en el lugar donde un marciano vestido con una camiseta del Betis se hace un selfie. Si Venecia muere es como si el arte o la belleza murieran, inaugurando la temporada de una decadencia que, a diferencia de otras en siglos pasados, difícilmente se superará solo con trepar sobre un cadáver. En la muerte lenta se sufre más.

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