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POESÍA

El precio de las palabras

Anne Carson indaga en la tasación del arte poético en Economía de lo que no se pierde, a partir de las obras de Simónides de Ceos y Paul Celan

El precio de las palabras

La faceta ensayística de Anne Carson, que mañana recibe el premio "Princesa de Asturias" de las Letras, no es subsidiaria de su faceta poética; todo lo contrario: en su caso, de haber una actividad en relación de dependencia con la otra, ésa sería la del verso. Esta actitud ante la escritura tiene su razón de ser: la literatura de la canadiense parte casi siempre de lo que han escrito otros y otras (a veces, veinte o veinticinco siglos antes) y es más que probable que, tras debutar en el ensayo en Eros the bittersweet (1986) y en el verso con el extenso poema "The glass essay", incluido en Glass, Irony, and God (1995), Carson descubriera que ambas facetas tienen para ella la misma raíz (hacer a partir de lo ya hecho o con lo ya hecho) y que una se sigue de la otra con naturalidad, a pesar de que, para los lectores, la contigüidad de ensayos y poemas en sus libros pueda representar un conflicto casi epistémico (y más acuciante, si cabe, por la tendencia experimental de libros como Decreación, donde la autora deposita, junto a los versos y la prosa ensayística, otros tipos de material literario o susceptible de serlo).

En cambio, en Economía de lo que no se pierde, un libro-ensayo de 1999 que ahora publica Vaso Roto aprovechando la estela de los premios, Carson realiza un brillante y entretenido ejercicio de literatura comparada tomando las obras del poeta griego Simónides de Ceos (556-467 a. C.) y el rumano Paul Celan (1920-1970) y poniéndolas a dialogar entre sí, con ella, en el medio, combinando la escrupulosa erudición de una doctora en lenguas clásicas con una aguda penetración crítica sin la cual no hubiera podido salir indemne del reto que se impone: nada menos que averiguar cuál es el precio de la palabra poética, si es que lo tiene, y, sobre todo, cuánto hay de despilfarro, si lo hubiere, en su práctica (y, de no haberlo, a quién beneficia su preservación y qué es lo que se salva). Y todo ello, basándose en el análisis de los textos de dos poetas cuya actividad literaria separan veinticinco siglos, pero que no están elegidos al tuntún. "En ocasiones -explica- se ve mejor un objeto celeste mientras se lo observa, acompañado de algo más, en el cielo".

El de Ceos consta como el primer poeta que pidió dinero a cambio de su labor como escritor de epitafios y epinicios (encomios), en una época (el siglo V a. C.) en la que, anota Carson, "se entrecruzan el dinero acuñado y la cultura premonetaria de la Grecia arcaica", basada en el intercambio de dones y la "xenia" (hospitalidad), cuya finalidad era contraer una deuda. Poner un precio a las palabras sería así, siguiendo a Marx, convertir el poema en un objeto alienable, pues el dinero transforma en cosas ajenas "los objetos que usamos y a las personas con las que los intercambiamos", dice la autora aún ciñéndose al pensador alemán. Pero, al mismo tiempo, agrega más adelante de su propia cosecha, la mercantilización del arte poético "incita a pensar en cuál es su valor y en quién puede tasarlo".

Celan, por su parte, también nace en una encrucijada histórica: es poeta antes y después del Holocausto y, siendo judío, escribe en alemán, "la lengua de su madre, pero también la de aquellos que asesinaron a su madre". En su caso, ya no cabe hablar de alienación por haber vivido, como Simónides, a caballo de dos sistemas económicos, sino de la alienación o "extrañamiento" que padecía cuando empleaba su lengua materna. Y nuevamente partiendo de Marx, para quien el dinero es "como lengua traducida" (y "la traducción vuelve extraña la lengua común", afirma Carson), la ensayista concluye: "(Celan) tenía que reinventar el alemán (?), tratando a su lengua materna como si fuera una lengua extranjera que tuviera que traducir? al alemán".

A partir de aquí, la canadiense yuxtapone el estudio de las obras de ambos poetas, de las que da abundantes ejemplos, y repasa su técnica, su economía poética, con el afán último de mostrar cómo los dos, cada uno a su manera, lucharon por traer lo invisible ("una ausencia", "lo que falta en el mundo real") a lo visible. Atribuye la precisión del estilo de Simónides a la necesidad de ser breve que le imponía su condición de autor de epitafios para inscribir en piedra, y compara este rasgo estilístico del griego con el "diseño en negativo" al que era tan propenso Celan (el oxímoron de "Todesfuge"), trayéndolo de la técnica del grabado y el pensamiento místico. En palabras del propio poeta rumano, la "ambigüedad revelada". Pero, en conjunto, lo que Carson viene a decirnos es que ambos hallaron en la negación una forma de economizar y eliminar lo superfluo, es decir, lo que debe perderse para que el poema perviva y sea memorable. Simónides, ya se ha dicho, forzándose a ser exacto para que su poema cupiera en la lápida; Celan, reescribiendo en la superficie del alemán hasta crear "un idiolecto llevado al límite".

La autora concluye su trabajo afirmando que "la economía de lo que no se pierde supone siempre gratificación". Pero abre una disyuntiva cuando, a renglón seguido, da la opción de considerar ese premio un "derroche de palabras" o un "acto de gracia". Aquí, como en el prólogo y el capítulo III, Carson se vale de la segunda persona, sin que quede claro si se está hablando a sí misma, al lector que vaya siguiendo su exploración o al "tú" (depósito donde se acumulan "ciertos bienes poéticos") al que ella cree que se dirige Celan en su poema "Matière de Bretagne", y que páginas más adelante, al hablar del "no" al olvido que el poeta le espeta a la muerte cuando escribe un epitafio, no duda en llamar "plusvalía".

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