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Exilio cubano: azar y polvo en el viento

Como polvo en el viento, la reflexión de Leonardo Padura sobre la diáspora cubana en tres momentos clave

Exilio cubano: azar y polvo en el viento

Leonardo Padura (Habana, 1955) nos ha narrado los últimos años del exilio de León Trotsky en El hombre que amaba los perros, una búsqueda constante de la utopía; nos contó en Herejes el calvario de los tripulantes judíos del barco S. S. Saint Louis huyendo de la Alemania Nazi en 1939 hacia las costas cubanas, en un sueño de libertad; también las peripecias y desgracias del poeta José María Heredia pasaron por las páginas de La novela de mi vida, como esencia de lo cubano; las huellas extrañas que el pasado deja en el presente en La transparencia del tiempo; y la reconstrucción de los últimos momentos de la vida de Ernest Hemingway en Finca Vigía quedaron inmortalizados en Adiós, Hemingway. A todo esto hay que sumar la larga lista de novelas con las aventuras de su personaje Mario Conde, que nos ha guiado por las calles de la Habana sin que dejase de visitar todos los lugares, personajes, costumbres, anhelos y lloros que se le ocurriesen, en una relación constante y sugerente con el tiempo, la memoria, el futuro y la Historia. Donde los libros, el arte y el beisbol se encuentran siempre presentes en ese transcurrir. Y el olvido, como el enemigo eterno.

Ahora, Leonardo Padura con Como polvo en el viento pasa revista a la diáspora cubana en tres fechas significativas: la primera sería la del exilio que abandonó la isla en los momentos álgidos de la Revolución (1959-61); la segunda, la caída del Muro en 1989 que supuso el aislamiento total de Cuba en el mundo; y la tercera y menos detallada en la novela sería la del éxodo del Mariel (1979-1980). De tal manera que a través de una serie de personajes que se conocen y relacionan, Padura visita las diferentes situaciones de ese exilio. En primer lugar encontramos la relación constante entre pasado, presente y futuro en todos ellos. El pasado como nostalgia de una tierra que dejaron, pero que sigue presente en sus sueños y anhelos y que prefieren relegar en una franja apartada de su cerebro para no caer en la melancolía o en la falta de identidad. Esto es lo que provoca las palabras de uno de sus personajes: "La gente se va de Cuba y se pone más rara que el carajo". El futuro es abordado de una forma diferente a como se lo enseñaron a una generación amamantada con la Revolución, que creció con la convicción de que la utopía era posible y que llegaría por el desarrollo de la historia, siempre en progreso, y de ahí las frustraciones, desencantos y la causa de tantos exilios. Hoy se ha perdido la fe en el futuro, porque el presente no agrada. Sin embargo, en ese juego de tiempos, el pasado es casi todo, pues es el que genera el presente y explica las razones por las que el exilio se encuentra en un lugar determinado y en una situación concreta. Este juego de tiempos nos lo ilustra con el ejemplo de un niño jugando al beisbol -"religión sin dios", lo define- en un paraje perdido, que sueña con ser una gran estrella y eso le motiva a seguir entrenando. Cuando el mozalbete pierde esa ilusión, se congela, lo mismo que todas las sociedades.

Además de los tiempos, Padura pasa revista a los espacios en los que se ha distribuido ese exilio. De esa forma visitará New York, Miami, París, Londres, Madrid y Barcelona como lugares más frecuentes y recreará las situaciones más extrañas que se han encontrado. Lo que le sirve al autor para una crítica de las sociedades de acogida. Una de las más pintorescas nos la sitúa en Barcelona, donde al exilio le choca que les digan "que deberíamos resistir y vencer", pero que "se visten con ropa japonesa y zapatos italianos para cantar La Internacional con un pañuelo amarillo de Dolce&Gabbana en el cuello" (p. 71). De esos lugares, lo que verdaderamente le interesa al autor son los sitios donde suena la música que le gusta escuchar, la ropa que prefieren vestir, el arte con el que deleitarse y la mayoría de los libros que le encantaría leer. Sin embargo, el cubano medio sigue anclado en su ilusión de tener una casa y un carro propio. Y aunque se cumplan todos sus deseos, nadie se va del todo de Cuba, pues en el fondo se pretende "alejarse del país sin salir de él" (p. 66) y juran amor eterno a la isla aunque se vayan de ella. Una situación que Padura coloca en oposición al exilio argentino, pues estos parecen odiar "todo lo relacionado con su país de origen, menos la selección nacional de futbol, los cortes de carne, las novelas de Soriano y Piglia y el acordeón de Piazzolla" (p. 32).

Al final, cuando el lector cierra la novela, además del olor y regusto constante a café muy negro, le queda de fondo la letra y la música del grupo Kansas, Dust in The Wind, y las palabras de Paul Auster en La trilogía de New York: "? nada era real, excepto el azar".

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