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Matías Vallés

El Barça logra superar a Morata

El delantero español como único recurso ante el equipo azulgrana

La final de la Champions iba a ser más breve que un tuit. Hasta Kiko Rivera puede rellenar los 140 caracteres en los tres minutos que parecían resolver el partido, primera intervención de Messi. Tras un inicio arrebatador digno de Twitter, el desarrollo era más aburrido que Facebook. Sin embargo, la vieja Juve ofreció un espejismo agónico. Se presentó sin plan A, pero disponía de plan B. Morata, nada menos.

El empate de la antediluviana Juve en la segunda mitad era un retuit desfigurado del gol trenzado por los azulgranas. No despistaron a nadie: la Champions estaba concedida de antemano. El club azulgrana puede cumplir ahora con la tradición de expulsar al entrenador del triplete. Ya lo hizo el Bayern con Heynckes y con las decepciones conocidas. Es curioso que a Luis Enrique no le corresponda ningún mérito de lo ocurrido ayer, según el barcelonismo académico.

Los escépticos destacarán que el Barça ha ganado la final a un equipo que no solo alinea a Morata, sino que le confía todo su potencial. Rajoy ha de celebrar que un importante sector de catalanes prefieran la Champions a la independencia. También los madridistas escogen la Undécima a cambio de que Madrid siga siendo una provincia. Además, los merengues eran ganadores seguros sin más que apostar sus euros a favor de los barcelonistas.

La senil Juve se presentó al partido por si acaso, con menos expectativas que los apostantes en su contra. La única posesión clara de los italianos coincidió con el pitido inicial. Hasta su empate procedía de una historia de rechaces. Arturo Vidal no podía acabar a patadas en solitario con los once rivales, aunque lo intentó. Era escamante que Chiellini se borrara de la final por una agujeta, cuando este licenciado en económicas pertenece a la estirpe de las fieras que solo entran en la enfermería a partir de la quinta costilla fracturada. Su papel era trascendente porque, después de la mordedura de Luis Suárez, había desarrollado anticuerpos contra los artilleros azulgrana. Y sobre todo Pirlo dejó boquiabierta a la afición con un reportaje en Ibiza más pornográfico que los masajes de Ronaldo con bronceador. En Berlín, el centrocampista vacacional también jugó al fútbol-playa.

Antes de desertar, Chiellini había presumido de que a la apolillada Juve no le marcarían un gol con la primorosa orfebrería del tanto de Messi al Athletic. En realidad, el Barça encarriló la Champions con una diana todavía más vergonzosa para la defensa rival, con el agravante de que participaron tres jugadores en su cocción. Messi, Iniesta y Rakitic, pero no me soliciten el juego fácil de "Una victoria rakítica". Los azulgrana quisieron revestir al espectáculo de un mínimo de dignidad, que hubiera desaparecido con cinco goles de diferencia.

Kennedy ya advirtió que "la victoria tiene mil padres". En la versión distorsionada de los analistas del Barça, el totémico Guardiola ha perdido la Champions para el Bayern pero la ha vuelto a obtener para su club matricial. Todo ello, mientras el infravalorado Luis Enrique jubilaba a Xavi y domaba a Messi. Si hay que nombrar a un autor del espectáculo barcelonista, se sigue llamando Johan Cruyff. Lástima que Florentino no fichara a Luis Enrique, haciendo felices a los apostantes de ambos bandos.

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