Es lo que tiene debutar en un Mundial después de hacer un ridículo global a medio camino entre el esperpento cutre y el surrealismo bizarro. Que todos estamos hipercríticos y dispuesto a arrojarnos al cuello del primero que meta mal la pata (Nacho en el penalti sobre Ronaldo) o ponga mal la mano (De Gea en el tirito de Ronaldo en el segundo gol de Portugal). El cantante australiano Nick Cave reconoce que por la mañana es bastante autocrítico (me da la impresión de que se le pasa al mediodía, o así), y los aficionados españoles estábamos bastante autocríticos con nuestra selección en el amanecer del Mundial de Rusia. Nos levantamos con la resaca del trasvase Tajo-Segura entre el banquillo de la selección y del Real Madrid y, claro, nos sentamos a ver el primer partido de España tan autocríticos como Nick Cave en una mañana especialmente mala y tan dispuestos a enviar a la hoguera al primero que meta mal la pata o no ponga bien la mano como si fuéramos Antonio López pintando el sol del membrillo. La mayoría de los aficionados habríamos firmado un empate entre España y Portugal después del segundo gol de Ronaldo, y todos nos levantamos del sofá hipercríticos y malhumorados tras el tercer gol de Ronaldo y un empate tan extraño como ver a Hierro en el banquillo de España. Así son las cosas del fútbol.

Después del no-partido entre Rusia y Arabia Saudí, del partido pasabolas Egipto-Urugay y del partido pasapalabra Marruecos-Irán, el partido España-Portugal ofreció goles, emoción, buen juego a ratos, la demostración de que Ronaldo es el mejor goleador del mundo y la prueba de que Diego Costa puede ser un gran delantero para España si es capaz de mantenerse a raya a sí mismo. Por muy autocríticos que seamos con nuestra selección (sobre todo por las mañanas), no deberíamos olvidar que, como decía Mary Wollstonecraft, estamos ligados por vínculos tenues a la prosperidad o a la ruina. Una falta de Piqué cerca del área tan evitable como pedir un tercer postre después de una comilona dio a Ronaldo la oportunidad de ser Ronaldo, y cuando Ronaldo es Ronaldo lo más probable es que la pelota termine dentro de la portería y con De Gea con cara de "yo no he sido". Un falta cerca del área fue el tenue vínculo entre la prosperidad de la victoria y la ruina (bueno, medio ruina) del empate. Empatar es mejor que perder, sentenció Bujadin Boskov, y aunque ganar es mejor que empatar (eso también es de Boskov), un partido que empieza con un penalti en contra antes de los cinco minutos, que termina la primera parte con una pifia mortal del portero y que llega al final con un gol de falta imparable pero que, sin embargo, no nos deja últimos de grupo empatados a puntos con Marruecos es una buena señal.

Ya hemos pasado la mañana del Mundial, así que es la hora de olvidar el ridículo de Lopetegui y la cara de susto de Hierro y confiar no sólo en el juego de España (tenemos a Isco), sino en que los tenues vínculos del fútbol devuelvan a De Gea la prosperidad y no lleven a la ruina a Diego Costa en una de esas jugadas en las que el delantero confunde los medios con los fines. Un partido de fútbol no es como el sol del membrillo, así que los futboleros no debemos ser tan exigentes con el primer partido de España como Antonio López intentando captar la luz. Un empate con Portugal, en la mañana de un Mundial, no está mal del todo.