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Álvaro Faes

Un piloto prototipo

La victoria en Le Mans confirma a Fernando Alonso como el competidor total

Un competidor brutal; un todocampista; un ciclista que rueda, escala y va bien contra el crono; un base que atrapa rebotes, tira y asiste; el jugador más completo; el piloto total. En el bosque de la Sarthe, entre la purpurina de las 24 horas de Le Mans, Fernando Alonso confirmó la sospecha. Es un piloto renacentista, un Di Stéfano del automovilismo. Domina todas las áreas. Agarra el manual lo lee en diagonal y clava el examen. Victoria en la carrera fetiche de la resistencia y, ojo, liderato en el Mundial (WEC), al tiempo que cumple con el de Fórmula 1 como primera ocupación.

Cuánto hacía que no se veía el ovetense con un coche de primera línea entre manos. El Toyota fue en Le Mans lo que un Mercedes en la F1, una máquina para ganar. Pero hacía falta más que subirse y acelerar, veinte años sin vencer en las 24 horas llevaban los nipones, incluido el drama de 2016, derrotados sobre la línea de meta. De los seis pilotos al volante de los prototipos japoneses (Buemi, Nakajima y Alonso, en un equipo; Conway, Kobayashi y "Pechito" López en el otro) el asturiano fue el mejor. Ahí está la tabla de tiempos. En su tramo nocturno bordó el pilotaje. Ojos inyectados cuando la carrera se escapaba y el Toyota 7, el rival-compañero, parecía demasiado lejos. Colmillo retorcido y a remangarse. El prototipo afilaba cada curva, acariciaba pianos, apretaba hasta llegar a soplarle en la nuca al argentino López, birlarle 90 segundos y poner otra vez la carrera en las manos de la tripleta del coche 8. Fue el arreón del Alonso de siempre, una manada de búfalos en coche. Es el piloto que sufre en la F1 porque una cosa es tirar de repertorio en medio del pelotón y pasar un buen rato y otra bregar carreras y carreras con un coche recalentado a la segunda curva.

Al menos ahora, este año, su monoplaza McLaren, el de Fórmula 1, va algo mejor, ya liberado del motor Honda. Aun lejos de volver a ganar carreras, Alonso vive un proceso interno de reconversión: demostrar que puede ganar aquí y ahora, donde él diga, cuando él quiera. Ya amagó con volver en las 500 millas de Indianápolis -maldita avería de última hora- pero, justicia divina, el destino (y su talento y un gran equipo) le reservaban el premio gordo en otra de esas pistas que te llevan al salón de la fama.

Alonso crece y disfruta lejos de la F1 como siempre había imaginado que haría cuando probara fuera de los monoplazas. La categoría reina agoniza. Ya no son los indomables V10 de antaño, ni siquiera los V8 de después; no rugen, maúllan; no corren, circulan en trenecito y espantan a la audiencia, no ya la española, sin referencia ganadora, pero con Alonso y Sainz; el abandono es un fenómeno mundial. Mientras los dueños del campeonato lo arreglan, mientras salvan la gallina de los huevos de oro a Fernando Alonso le queda la resistencia: sea en Le Mans, Spa, Silverstone o Sebring... allí donde vaya estará para divertirse y enseñar que es un piloto total, un piloto (de) prototipo.

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