No existe ni un solo oviedista que con un mínimo de periodicidad no recuerde los cabezazos de Cervero y David Fernández en la eliminatoria de play-off contra el Cádiz que nos dieron el ascenso a Segunda, tras más años de los necesarios y previstos para conseguirlo. Pero para llegar ahí, para quedar primeros de grupo, hubo que anotar otros muchos goles, la mayoría de los cuales llevaban nombre y apellido: Miguel Linares. Como es él, sin hacer ruido, sin excentricidades, llegó a Oviedo, perforó la portería rival en 28 ocasiones y nos puso el ascenso en bandeja. Muchos delanteros lo habían intentado antes que él, algunos con curriculum en Primera, pero ninguno puede presumir de lo logrado por Miguel.

Es el Oviedo una plaza conflictiva. Raro es el futbolista que no sale escaldado de su paso por el club, más aún estos últimos años en los que se hablaba de bandos, de vestuario dividido y conflictivo? Nada de eso echó para atrás a Miguel, asumió el brazalete de capitán con naturalidad, pero con responsabilidad, esa responsabilidad del que sabe que ser el capitán no implica únicamente ser la voz del vestuario, sino ser la continuación de los oviedistas en el césped, de defender el escudo y la entidad por encima de intereses personales. De eso nos sentimos orgullosos, de que por fin vimos a alguien en el césped que representaba los valores del oviedismo sin estridencias, sin crear problemas, simplemente con la personalidad del que a pesar de venir de fuera entiende el significado del Real Oviedo para sus seguidores. Que muestren comprensión no es fácil, la mayoría de los futbolistas piensan que el Real Oviedo es tan solo un club de fútbol?

No sé a ustedes, pero a mí ver a un jugador del Oviedo celebrar sus goles con las venas del cuello a punto de reventar, puño y brazo en tensión, mirando a los ojos a sus seguidores, ya que comparte con ellos el mismo sentimiento de alegría y pasión, me hace querer un poco más aún a este club, ya que muchas veces la sintonía con futbolistas alejados de sus aficionados es un handicap importante en la identificación de los aficionados con su equipo. Con Linares eso no ocurría. Pocos como él, con ese carácter aguerrido, han conseguido hacer vibrar al Tartiere al anotar un gol o al verle llamar a todos sus compañeros al acabar al partido para celebrar con sus seguidores una sufrida victoria. La unión equipo y afición es básica, él lo sabía, y la ha potenciado enormemente como capitán. Confiemos que esas buenas costumbres no se pierdan con su marcha.

La ovación que el oviedismo tributó a Miguel Linares en el último partido frente al Huesca es sintomático de lo que el aficionado azul quiere. Linares ha representado con esfuerzo, implicación y sentimiento los valores del Real Oviedo en todos y cada uno de los partidos que ha disputado y en todos y cada uno de los entrenamientos realizados y, por eso, tras fallar un penalti y su posterior rechace, el Carlos Tartiere coreó su nombre a grito pelado, dejando bien claro que el capitán del equipo es y será siempre "uno de los nuestros". Por si acaso alguien no conoce el final, posteriormente metió el gol de la victoria, lo celebró con su gente y se despidió con la cabeza muy alta de la que por siempre será su casa.

Estimados lectores de LA NUEVA ESPAÑA, voy a finalizar esta carta compartiendo con ustedes una pequeña intimidad que ya hace tantísimos años que ya ni recuerdo cuando comencé con ello: tengo por costumbre intentar conciliar el sueño pensando en mí mismo como jugador del Real Oviedo, en concreto soy su delantero centro, goleador nato, pero con especial dominio del remate de cabeza. Peleo y brego hasta la extenuación. No hay central del equipo rival que no se haya llevado una buena tarascada mía en la presión o en la disputa de un balón dividido. En mis sueños no hay gol que no celebre con los míos, en los que no me dirija a la grada de Symmachiarii para celebrarlo con rabia y, por supuesto, son múltiples los goles anotados por mi "Oviedo imaginario" en derbys en el Molinón y, como no podía ser menos, esos goles se celebran ahí, delante de ellos, llevándome el escudo a la boca en su cara, donde más les duele. Me ha costado averiguarlo, pero está claro: yo quería ser Miguel Linares.