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Telemundial

O sea, penalty

La eliminación de España, superior a la muy defensiva Rusia, fue un castigo a sus autolimitaciones

Un buen método para explicar lo que le ocurrió ayer a la selección española en el Mundial de Rusia es recurrir al inglés, que a fin de cuentas es el idioma fundacional del fútbol. La palabra clave en este caso, no hace falta decirlo, es penalty. La eliminatoria con Rusia se resolvió por penalties, pero no sólo en la tanda que siguió a la prórroga. Durante el partido a España la castigaron con uno discutible y no la favorecieron con otro que también fue materia opinable. Pues bien, penalty en inglés significa castigo o pena. Y si la palabra, en vez de constreñirla a su significado deportivo, se emplea en su sentido más amplio, viene al pelo para resumir lo que ha sido este Mundial para España: un castigo. En parte justo, por su fracaso en encontrar soluciones a los problemas previsibles que se le fueron saliendo al paso. En parte, injusto, porque no mereció caer ante Rusia. Pero, a poco fatalistas que seamos, habrá que reconocer que en este caso el Destino jugó desde el principio con las cartas boca arriba. Lo que empezó mal no podía acabar de otra manera. El mal comienzo, no hace falta recordarlo, se había producido dos días antes de que empezara a rodar el balón, cuando a la selección le dieron un tiro en el pie, con el anuncio del fichaje del seleccionador por un club, y no uno cualquiera.

RUSIA, CON LA MISMA RECETA

De todos modos, es posible que con Lopetegui en el banquillo las cosas no hubieran ocurrido de otra manera. Como equipo España tenía una identidad clara y en Rusia todas las selecciones que se le fueron enfrentando demostraron conocerla al dedillo, lo que les llevó a coincidir en utilizar la misma receta para hacerle frente, con dosis más o menos fuertes según la fe que tuvieran en su propia capacidad. Sus responsables estaban persuadidos de que el actual equipo español tiene problemas ante quienes le esperan atrás y le cierran espacios. Y todas, hasta el Portugal de Cristiano Ronaldo, se le cerraron. Pero ninguno, en términos relativos, lo hizo tanto como ayer Rusia. Obviamente, la selección que dirige Stanislav Cherchesov no jugó tan atrincherada como Irán o Marruecos, pero no es normal que un equipo anfitrión plantee un partido tan defensivo como el ruso. Otros públicos no se lo hubieran tolerado. Pero sin duda Cherchesov sabe dónde se mueve. Si algo se percibió ante el televisor fue que a los aficionados que llenaban el estadio moscovita de Luzhniki les pareció cualquier cosa menos intolerable la estrategia de fijar como objetivo llegar hasta los penalties post-prórroga para dilucidar el resultado de la eliminatoria. Gracias a esa complicidad la selección rusa no tuvo el desgaste que hubieran sufrido otros equipos si se hubieran atrevido a plantear así las cosas. Cuando llegó a los penalties, Rusia ya había alcanzado su objetivo. Ese logro reforzó su moral ante un trance que, por lo que tiene de aleatorio, tensa al máximo los nervios de los protagonistas. Menos, si se tiene como portero a un especialista, como demostró serlo Akinfeev, cierto que con la colaboración de algunos lanzadores españoles.

LOS CAMBIOS DE HIERRO

Ante su primer partido trascendental, porque era todo o nada, Fernando Hierro se atrevió a mostrar una cierta autonomía. Si hasta ayer había dado por bueno el equipo heredado de su antecesor, ante Rusia hizo tres cambios. La entrada de Nacho y Koke por Carvajal y Thiago no suponían ninguna revolución. La sustitución de Iniesta por Asensio tenía, en cambio, más calado. Pero en la práctica no se tradujo en nada nuevo. España tuvo la suerte de beneficiarse pronto de un autogol de Rusia, al golpear el balón en el talón del veteranísimo Ignashevich cuando éste se había olvidado de él para centrar toda su atención en seguir a Ramos en la falta sacada por Asensio. Era la quinta falta que cometían los rusos en 9 minutos de partido, por ninguna de los españoles. Y esa tónica se mantendría después del gol. Los rusos se mantuvieron atrincherados y los españoles, ante esa cerrazón que les negaba espacios para penetrar, se mostraron impotentes para intentar algo que fuera más allá de mover el balón de un lado a otro del campo. Sólo la fuerza y la inventiva de Isco parecían rebelarse contra esa monotonía, que, si durante muchos minutos pudo parecer una forma más, eso sí, más bien aburrida, de defender un resultado favorable, mostró de pronto todos sus peligros cuando Rusia se encontró con un penalty que le permitió igualar el partido. Fue entonces cuando España pudo lamentarse de no haber sacado partido de su dominio.

COSTA O NO

Una vez más volvía a estar en cuestión la presencia de Costa como principal referencia ofensiva del equipo español. Tras sus buenos inicios en el Mundial el hispanobrasileño había vuelto a recaer en el viejo problema de no mezclar con el resto de los atacantes españoles y no aparecer tampoco como finalizador: por segundo partido consecutivo no tiró ni una sola vez a puerta. Hierro lo mantuvo, sin embargo, en el campo hasta el minuto 78, en que lo relevó por Iago Aspas. Y quizá no fue casualidad que en esos últimos minutos del partido España disparara a gol hasta en tres ocasiones, la más peligrosa por parte de Iniesta, cuyo juego superó en dinamismo e inventiva al del apagado Silva de este Mundial. Pero, fue la presencia de Rodrigo, ya en la prórroga, la que haría a muchos plantearse la pregunta de si el valencianista no debería haber tenido más oportunidades en este Mundial. Él sería precisamente quien estuvo a punto de conseguir que España continuara en la competición cuando, a falta de siete minutos para el final de la prórroga, se escapó por la derecha desde la mitad del campo y encaró a Akinfeev para que éste desviara con la punta de los dedos su disparo cruzado. Si el meta ruso se consolidaría luego como el héroe de su selección por los penalties que paró a Koke y a Iago Aspas, la peana ya la había puesto con esa parada decisiva.

LO QUE EL VAR NO QUIERE VER

Los penalties ya habían comenzado a ser decisivos mucho antes. Lo fue, sin duda, el señalado a Piqué al final del primer tiempo. Es cierto que el remate de cabeza del corpulento Dzyuba dio en el brazo extendido hacia arriba del central español, pero también que Piqué estaba de espaldas al rematador y que no pudo ver la trayectoria del balón. Podrá decirse que la actitud de Piqué fue imprudente, pero si se aplica el espíritu del Reglamento, que castiga con penalty la acción de "jugar" (sic) con las manos o los brazos el balón en el área, habría que dilucidar si hubo voluntariedad o no en su acción. El árbitro no entró en esas disquisiciones y ni siquiera acudió al VAR para señalar el máximo castigo. Sí reclamó su ayuda en el minuto 13 de la prórroga cuando los españoles reclamaron un agarrón a Ramos -y tal vez otro a Piqué- en el saque de una falta cometida sobre Isco. Las imágenes que brindó la televisión no fueron muy claras, pero agarrones sí parece que hubo, como en tantas faltas o córners. Pero difícilmente los responsables del VAR se iban a coger los dedos con una decisión que supusiera la eliminación del anfitrión. No se organiza un Mundial en vano. A España, en el suyo, el de Naranjito, los árbitros la metieron en los cuartos de final con un arbitraje parcial ante Yugoslavia.

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