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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Codos, riñones y corazón

Entre la entrada de Goikoetxea a Maradona y la expulsión de Lenglet

Tengo un amigo del Athletic Club que sostiene, treinta y cinco años después, que la entrada de Goikoetxea a Maradona que terminó con el tobillo izquierdo del jugador argentino destrozado y con una tarjeta amarilla para el defensa vasco no fue para tanto. Yo creo que mi amigo no habla en serio, y sólo quiere hacer un chiste (de humor negro, eso sí) jugando con el tópico del vasco recio y duro. Pero estoy seguro de que algunos seguidores del Athletic Club disculpan a Goikoetxea con el argumento de que aquel Terminator no tuvo intención de lesionar a Maradona, y su durísima entrada a traición y en una jugada sin peligro son cosas que pasan. Cosas del fútbol. Me gustaría hablar hoy de la intención.

¿Han visto la jugada del partido Barça-Girona en la que el árbitro Gil Manzano, tal consultar el VAR, decide expulsar a Lenglet por dar un codazo a Pere Pons? ¿Tuvo Lenglet intención de dar un codazo a Pons? Según Gil Manzano, sí. ¿Tuvo Goikoetxea intención de lesionar gravemente a Maradona? Según Jiménez Madrid, el árbitro de aquél Barça-Athletic, no. Resultado: tarjeta roja a Lenglet por no hacer nada a Pons, y tarjeta amarilla a Goikoetxea por destruir el tobillo y la temporada de Maradona. Es la intención, amigos.

El fútbol recupera la teoría ética de Pedro Abelardo, un filósofo del siglo XII, que defendía que no es la acción la que cuenta, sino la intención. Donde falta la voluntad, decía Pedro Abelardo, no hay pecado, y una acción puede ser buena o mala según la intención de la que procede. Si la entrada de Goikoetxea a Maradona se hizo con intención de parar una jugada que podía llevar peligro a la portería del Athletic (una jugada "prometedora", en la jerga actual), y no con intención de lesionar a Maradona o marcar el territorio como hacen los malos defensas, entonces no merecía la tarjeta roja y quizás sí una amarilla, para castigar el exceso de celo. Si Lenglet dirigió su codo a la cara de Pons con intención de hacer daño y confiado en que ser jugador del Barça le protegía de una tarjeta roja directa, y no fue un gesto fortuito producto de la falta previa que había cometido el propio Pons, entonces Lenglet fue correctamente expulsado y debería haber sido sancionado con un buen puñado de partidos fuera de la competición. Pero es que la intención tiene la nariz de cera. Mi amigo del Athletic no ve intención en la entrada de Maradona, y resulta que los culés no ven intención en el codazo de Lenglet mientras que muchos madridistas, sí. Es curioso.

El problema es que, a diferencia de Dios, los futboleros no podemos escrutar el corazón y los riñones de los futbolistas, y no podemos penetrar en sus intenciones y consentimientos. Si los futboleros dirigiéramos nuestros juicios fundamentalmente a las acciones, no castigaríamos las culpas, sino las obras. Si los árbitros no tuvieran en cuenta la culpabilidad interior, sino el acto pecaminoso externo, entonces Goikoetxea habría sido expulsado por llevar el arte de la carnicería a un campo de fútbol y Lenglet no debería haber sido expulsado en el Camp Nou. El árbitro que no expulsó a Goikoetxea tiene disculpa, pero el árbitro que expulsó a Lenglet no tiene perdón porque, después de consultar el VAR, se creyó Dios. Y ese es uno de los peligros del dichoso VAR, convertir su ojo en el infalible ojo de Dios. Como Dios es un perfecto conocedor de las intenciones, juzga a los hombres por ellas. El VAR se cree Dios, pero no lo es porque no conoce los riñones y el corazón de los futbolistas y, por tanto, tampoco conoce sus intenciones.

La verdad de la intención no nos hará libres porque no hay verdad sin riñones y sin corazón. Y el VAR sólo puede ver codos.

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