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Pablo Tuñón

Desde Rusia con amor (y justicia)

Del antes y después que debe marcar la humillante derrota de McGregor contra Khabib en la UFC y la posterior tangana

"Los delitos del mismo género se castigarán con el mismo género de pena, sean cuales sean el rango o condición de los culpables". En la Francia de 1789 esta frase suponía toda una revolución. Quien la pronunció, preocupado por solucionar una aplicación inhumana de la condena capital, terminó dando nombre al aparato que significó menos sufrimiento y más igualdad para los reos enviados a la muerte. Y, sin saberlo, el doctor Joseph Ignace Guillotin también dio nombre a una de las técnicas de sumisión más utilizadas en las artes marciales. Cosas de la vida, Khabib Nurmagomedov aplicó la guillotina a Conor McGregor con toda la esencia de su significado: bajar a la tierra a quien se le permitía volar por encima del bien y del mal.

"El luchador que transformó las MMA", dicen del irlandés. Y, de paso, el que llenó de circo y payasos a una marca (la UFC) ya dada de por sí en exceso al espectáculo fuera de la jaula. Nadie puede negar que McGregor ha acercado a millones de personas un fascinante deporte, que navega en aguas tan peligrosas como honorables. Si se mantienen en un complicado equilibrio, las MMA (artes marciales mixtas) resultan la más noble de las disciplinas, la más real puesta en escena de dos guerreros frente a frente, dos atletas que se ponen al límite para terminar fundidos en un abrazo de sudor y sangre. Pero si se va de madre. ¡Ay, si se va de madre! Y a la cabeza pensante (y bolsillo lleno) de la UFC hace tiempo que se le fue con el irlandés, que se ha convertido en el juguete roto de la división, que de tanto vibrar se ha quedado sin batería.

La despejada calavera de Dana White debe estar hirviendo. Pero que no se olvide de que ha venido un viento congelante del Dagestán para hacerle reflexionar. Añádanle una victoria más: va camino de la treintena permaneciendo invicto. Y nadie le regaló nada. Si hay alguien que se ha tenido que trabajar pelea a pelea su cinturón en la UFC, ese es Khabib. Un guerrero, un currante del octógono que este sábado cumplió con su objetivo: hacer de McGregor "un hombre humilde". Y, ciertamente, lo humilló. Superior en todas las facetas dentro de la jaula al irlandés, que ni siquiera pudo desplegar su descomunal talento para mantener a distancia a su rival y cargar su letal mano izquierda. Incluso de pie, en el striking, pudo poner fin al combate con un golpe que hizo tambalearse a un McGregor que pestañeaba en exceso. Estaba nervioso: los asaltos se sucedían y eso implicaba cada vez menos poder demoledor en su principal (y casi única) arma, el puño izquierdo. Khabib terminó llevando a su terreno la pelea. Hasta en tres ocasiones, derribó a su rival. Y, en la última, en su primer y único intento de sumisión, le rodeó el cuello con su brazo. El irlandés, como ya hiciera contra el encajador Nate Díaz, no tardó en "tapear".

Una guillotina para bajar a la tierra a McGregor (y esperemos que a Dana White). Un antes y después en la UFC, agudizado, además, por las imágenes que se sucedieron después, que quedarán para la historia de las MMA. El "águila" rusa, que había permanecido tranquila y agazapada los días previos a la batalla ante todo tipo de (permitidas) salidas de madre de un "Notorious" devorado por su personaje y convertido más bien en "un notas", saltó desde el octógono a por la esquina de McGregor. Tangana masiva. Alguien del equipo del ruso accedió a la jaula para, de forma rastrera, agredir al irlandés, que se encontraba lamiéndose sus heridas. La más profunda, en su desinflado orgullo.

Khabib, ejemplar hasta ese momento, estalló tras su victoria. Era mucho lo que contenía dentro. Tanto que le desbordó. En las manos de la despejada cabeza pensante queda reflexionar sobre lo ocurrido y comprender en toda su esencia la guillotina de Nurmagomedov a McGregor.

Pero mucho me temo que si papá dinero vuelve a llamar a las puertas, volverá a pasar lo mismo: tristemente utilizarán las imágenes bochornosas ocurridas tras la pelea del sábado a modo de promoción de otro combate, como hicieron con las aún más bochornosas imágenes del irlandés y su macarrilla pandilla de veraneo en Magaluf lanzando objetos a un autobús lleno de peleadores. En cuanto a McGregor, ya pide revancha. ¿Pero de verdad se merece que le vuelvan a poner, sin más, frente a Khabib (si es que éste no recibe una dura sanción por lo ocurrido tras el combate)? ¿No estará antes un tal Cucuy? Que se lo curre un poco más; que, de verdad, la sentencia a guillotina le haya bajado de su hortera trono de pandillero. Debe pelear como un contendiente más, no como el campeón privilegiado que hace tiempo dejó de ser. Y, si no quiere, que se quede en Dublín con sus amigotes y coches de lujo.

A la cola pues, que antes de la batalla estelar los aficionados a la UFC degustamos, entre pinta y pinta, el valor de auténticos trabajadores del octógono: un tal Lewis tumbando "in extremis" a un laborioso Volkov o un tal Ferguson sumando su enésima victoria ante un Pettis tan aguerrido como espectacular. Basta ya de niños mimados: si McGregor quiere volver al ruedo, que se reencuentre con el espíritu que encarnan sus compañeros de promoción. Ojalá Khabib haya guillotinado, de una vez, los excesos de la era McGregor y la delirante deriva de la UFC en sus espectáculos fuera de la jaula.

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