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De cabeza

La nostalgia

Si atendemos a la historia reciente, no le coge gusto el Oviedo a los grandes y flamantes estadios. No se lo cogió el domingo al Wanda Metropolitano ni se lo cogió en su momento al nuevo San Mamés en un triste partido contra el Bilbao Athletic. Uno se pregunta si para aprovechar la vida hasta la última gota hay que instalar una cama en la cocina e improvisar un escritorio en el cuarto de baño.

Ganar en un estadio como el Wanda es darse un lujo inesperado: como cenar una mariscada una anodina noche de un martes de noviembre. Ganar en un estadio como el Wanda sería retar al futuro, tunearse un poco, aprovecharse de que las apariencias engañan. Pero el equipo azul llevó hasta tal extremo la austeridad que por cada paso hacia adelante, daba dos hacia atrás. Así está el Oviedo, indeciso en un baile de máscaras, regresando de la defensa de cinco cuando todos creíamos que volvía para quedarse y dejando a Joselu bailar sin pareja, reventado de tanto buscar la canción ideal.

Le falta al Oviedo dar varios puñetazos seguidos encima de la mesa, convencerse de que, si pierde, lo hará porque el rival tendrá que hacer bien muchas cosas. Paradójico que las intermitencias sean rutina mientras los rumores aprovechan para jugar el hipotético partido del podría ser o del valdría más. Después de nueve jornadas toca decidirse, aunque sea lo más difícil en esta vida: dejo la puerta abierta o la cierro con siete llaves.

¿Qué tiene que ocurrir para que una plantilla sea lo mismo que un equipo? ¿Qué pintan los augurios digitales socavando perspectivas y paciencias?

Si el equipo es el viejo Halcón Milenario de Han Solo o la catarrosa Reina de África que pilotaba Humphrey Bogart, que ponga en evidencia al fútbol de alquiler de los nuevos ricos. Pero que sea algo más que una posibilidad, que el tibio consuelo de una tarde de domingo.

Uno se vuelve nostálgico a la fuerza y en un partido irregular, el Rayo Majadahonda tenía un par de cosas muy claras que, aunque no lo parezca, son muchas. Uno se vuelve ventajista por mera supervivencia y si quedaba ya poco para acabar el partido, procura ver el vaso medio lleno y dar por bueno el empate. Qué engañosas son las expresiones hechas. Ni medio lleno ni medio vacío. El vaso estaba hecho añicos justo debajo del mentón cada vez más sombrío de un hincha abocado a la melancolía.

No sé lo que hablaría Anquela con sus futbolistas en el vestuario pero a mí me dura el minuto noventa y uno del encuentro como el tatuaje desvaído de una decepción.

Ya sé que un córner no lo defienden sólo los centrales, aunque en cierto modo sean, junto con el portero, los capataces de la zona. Me cuesta imaginar a históricos del Oviedo como Tensi, Vicente o Gorriarán dejarse marcar un gol en el descuento. Ya lo dije antes: la nostalgia. Por favor, que alguien me la cure.

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