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Desconcierto y crueldad

Los bandazos del Oviedo en la derrota de Tarragona y la necesidad de solucionar el tema de Symmachiarii

El Oviedo perdió ante el Nàstic de la misma manera que ganó a Osasuna: sistema con carriles y un delantero de inicio, rectificación y arreón tras el descanso al son de Ibra y una falta clave a balón parado al final del partido. Mismo guion, distinto desenlace. Hace ocho días, gustirrinín. Ayer, dolor infinito. Fútbol.

Vaya por delante que fue una derrota cruel y puñetera, porque el Oviedo no mereció perder. Aunque tampoco ganar. Durante un rato, los azules fueron mejores que el Nàstic. Pero solo durante un rato, lo cual es a todas luces insuficiente para un equipo que pretende ascender y que tiene muchísimos mejores mimbres que un rival que, nadie lo olvide, afrontaba el duelo como colista de la categoría y con recién estrenado entrenador.

El Oviedo de Anquela es hoy una crónica que se repite como el ajo. Llega un momento del partido, generalmente cuando se pone por detrás, en que el equipo es valiente, se levanta, da la cara, asedia, transmite. Un guerrero. Pero llega otro momento del mismo partido en que el equipo tiembla, falla pases de tres metros, comete groseros errores atrás, desaparece arriba, desespera. Un flan. Es un Oviedo de varios sistemas a la vez -un día los carriles son la solución, y al siguiente, el problema-, inconstante, que te puede salir por un lado o por el otro, sin un patrón claro. Un equipo agobiantemente desconcertante en el que reina la indefinición. Una apuesta arriesgada para bien y para mal.

Lo que hoy son certezas -por ejemplo, que Ibra merece jugar más; por ejemplo, que le va mejor un sistema de dos delanteros- mañana pueden ser dudas. Once jornadas después y a las puertas del Tourmalet no hay manera de trazar un diagnóstico fiable del Oviedo, débil a balón parado y excesivamente dependiente en ataque del irregular Berjón. Y si no hay diagnóstico fiable es muy difícil acertar con la solución.

Anquela prueba un dibujo y otro, hace los cambios antes y después, lleva a este canterano o a aquel, pero sigue sin descubrir la fórmula mágica. La palabra la tiene: intensidad. Pero la intensidad y la concentración, eso de los dientes prietos de principio a fin (algo, por otra parte, que debe suponérsele a cualquier futbolista profesional), es necesario pero no suficiente en una categoría perra en la que, cierto, todos fallan, pero que, llegado mayo, penaliza partidos como el de ayer, hiriente a mayores si se recurre al desesperado comodín del árbitro, que dejó pasar un clamoroso penalti a Joselu con 1-1 y que expulsó equivocadamente a Folch.

Así, a trompicones, camina por esta Liga un Oviedo que ya se ha dejado por el camino la mitad de los puntos (18 de 33), pero que, con todo y ante todo, se mantiene a un peldaño del play-off, a tiempo de pegar una zancada y coger una ola similar a la que llegó el curso pasado en noviembre, mes que empieza el jueves y que viene cargado, derbi mediante. Para eso, para que se produzca el esperado estirón, es necesario que se acuerde algo rápido respecto al asunto de Symmachiarii, capital para la estabilidad del entorno y la unión del oviedismo. Urge rebajar la tensión ambiental y sentarse a sellar una solución inmediata, aunque sea provisional, antes del peligroso veredicto del domingo en el Carlos Tartiere. Vienen curvas y el equipo lo agradecerá.

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