La salida del estadio tenía que ser limpia. No querían perderse ni un minuto de juego pero tampoco vivir la fiesta final del equipo rival sobre el césped. Vieron las últimas jugadas desde uno de los vomitorios, rodeados de hinchas ovetenses que soñaban con que aquello terminara cuanto antes. No llegaron a escuchar el tercer silbido del árbitro. La lluvia, protagonista toda la jornada, caía con fuerza. Corrieron hacia la calle como niños huidizos mientras la palabra "Volveremos" retumbaba en sus oídos.

Es duro salir del Tartiere tras perder un derbi porque las escaleras que te sacan del pozo a la civilización son interminables. En medio de esa marea de camisetas azules había sportinguistas infiltrados que agachaban la cabeza por el lamentable espectáculo que había brindado su equipo. 15 años esperando un derbi en Oviedo y tocaba jugarlo con un entrenador sin grandeza. Ya es mala suerte.

Los protagonistas de esta historia no volverán meses después al lugar del crimen porque ya se han cansado de tragar con todo. Leí en un libro de José Luis Garci que es peor la derrota que la muerte porque tienes que vivir derrotado. No puedo estar más de acuerdo. Los goles del Oviedo duelen más precisamente por eso, por la extraña sensación que supone vivir derrotado hasta el siguiente duelo de rivalidad.

Los puntos que te dejas en un derbi son imposibles de recuperar y de ahí que la Mareona exija un cambio en el banquillo. Ganar en el Tartiere con Baraja se antoja imposible, hacerlo con José Alberto no. La expresión "tiramos con los de casa y a ver qué pasa" nunca tuvo más sentido. Si Miguel Torrecilla no se atreve a cambiar de técnico debe asumir la responsabilidad de ese acto irresponsable.

Suspira Gijón por un Sporting decente, de la casa, reconocible. Un Sporting de hoy con el sabor de ayer, un Sporting real y no solo por el escudo. Hay que recuperar la esencia que hizo especial a un club normal. Esperemos que no sea demasiado tarde.