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Dos en la carrera / Kilómetro 16

Acoplados al ritmo

Un Sporting todavía en transición y un Oviedo cada vez más hecho aguantan la exigente velocidad de la competición

La maratón de Segunda se está poniendo imposible, no sólo por el ritmo que imponen los de cabeza sino por lo amplio que es el número de equipos que, aunque sea a una distancia de respeto, se muestran capaces de sostenerlo. No es una valoración subjetiva sino una constatación. Para comprobarlo basta con comparar la clasificación al final de esta jornada con la de la temporada pasada a la misma altura. La evidente recuperación que, tras su flojo comienzo, muestran los dos participantes asturianos ha de hacer frente a esa dificultad adicional. Los dos mejoran pero apenas ganan posiciones. De momento se conforman con acoplarse al ritmo para no ceder más distancia y, sobre todo, con trasmitir indicios de superarse a sí mismos, indiscutible requisito previo para tratar de imponerse a los demás. El kilómetro 16 les deparó satisfacciones de ese tipo. Sin duda, en los hechos, como que el Oviedo interrumpiera su racha de derrotas fuera de casa y que el Sporting ganara dos partidos consecutivos. No exactamente lo mismo en las sensaciones, tan importantes en las carreras de fondo.

UN SPORTING EN TRANSICIÓN

Sería una exageración decir que el Sporting con el que José Alberto López debutó el sábado en El Molinón sea totalmente nuevo con respecto al que dejó Rubén Baraja. Puede serlo en la intención pero todavía no lo es en la realidad. Influyen sin duda algunas bajas, pero también está por ver hasta qué punto todas las grandes, por caras, incorporaciones de esta temporada son compatibles con el tipo de juego que quiera proponer el nuevo entrenador. El Sporting es, por el momento, un equipo en transición, con algunas fortalezas pero también con evidentes debilidades, como se encargó de poner en evidencia el Tenerife, que le superó en bastantes momentos y rozó claramente un resultado mejor que la derrota mínima.

Djurdjevic, al fin. Una de las notas positivas del partido desde la perspectiva sportinguista fue, sin duda, la aparición de Djurdjevic en el papel para el que había sido contratado. Por fin se destapó como goleador y, además, lo hizo de forma tan espectacular como meritoria. Por cierto que la misma clase remate con que consiguió su gol, el primero válido que logra con el Sporting, ya la había ensayado en otro partido, pero entonces, tras parar el balón con el pecho, en la media tijera con que concluye la jugada sólo había encontrado aire. Esta vez, en cambio, conectó impecablemente con el balón y lo hizo describir una trayectoria perfecta, imparable para Dani Hernández. La aportación de Djurdjevic no se limitó, sin embargo, a ese espectacular acierto sino que incluyó bastantes jugadas meritorias, dentro de una visibilidad que se le echaba en falta en otros partidos. Y habría que subrayar que esa visibilidad aumentó de forma clara cuando tuvo a su lado a Blackman, cuya entrada en el campo potenció considerablemente la capacidad atacante del Sporting, que en el primer tiempo había producido unos datos muy pobres, con sólo un tiro a puerta y otro desviado.

C laroscuros rojiblancos. Con relación a lo que se le conocía últimamente, el Sporting tuvo un aire más ambicioso o atrevido. Se plantó más arriba en el campo y trató de llegar al área contraria con más efectivos. Pero, por momentos, le faltó equilibrio. El experimento de Carmona como dinamizador del centro del campo -el papel que, de estar disponible, seguramente habría desempeñado el sancionado Nacho Méndez- no dio buen resultado, en parte porque los otros centrocampistas rojiblancos no fueron un modelo de regularidad. Cofie no encontró siempre el sitio, André Sousa jugó con intermitencia y Lod siguió sin mostrar, ya que no genio, al menos poderío físico. El Sporting padeció mucho en la segunda mitad del primer tiempo y, sobre todo, en la fase final del partido, por el empuje y la calidad de los centrocampistas tinerfeños, comandados por el incansable Milla y con Naranjo y Acosta, y luego Santana, a gran altura. El Tenerife creó más ocasiones de gol y tiró más veces a puerta. La fortaleza de sus pilares defensivos, con Mariño y Babin -encima goleador- y un buen Peybernes como principales referencias, salvó al Sporting del disgusto que hubiera supuesto no ganar. Y los sustos, que se prolongaron hasta el último segundo del partido, pusieron de manifiesto lo mucho que queda por hacer en el Sporting para convertirlo en ese equipo competitivo al nivel que reclama su afición.

Herejía contra Coubertin. Hubo una jugada que pudo marcar el partido, pero que no pasó de anécdota. Ocurrió en el minuto 61, cuando el marcador se mantenía a cero. Un jugador del Tenerife quedó tendido en el suelo cerca del área del Sporting y con el balón en pies rojiblancos. A Cristian Salvador le tocó decidir si proseguía la jugada o enviaba el balón fuera para atender al lesionado. Luego el Tenerife correspondería entregando el balón al Sporting en el subsiguiente saque de banda. Antonio Valencia llamaba, no sin sorna, "la jugada Coubertin" a ese pacto no escrito, que se suele poner como ejemplo de deportividad, cuando no pasa de ser una mera fórmula, no pocas veces hipócrita. Salvador, tras una vacilación inicial, optó por seguir, pero perdió el balón en una posición muy comprometida. Y entonces el Tenerife, como vio que el lance se le había tornado propicio, en vez de echar el balón fuera para que atendieran a su compañero, se sumó a la supuesta herejía antideportiva y prosiguió la jugada, que terminó en la red del Sporting tras un magnífico tiro de Acosta. Pero el árbitro anuló el gol, para lo que tuvo una doble motivación: Acosta había recibido el balón en un ajustado fuera de juego y Milla había frenado a Babin con una obstrucción. Desde el Olimpo, donde debe morar su espíritu, el barón de Coubertin debió de sonreír complacido al ver que, en una solución equitativa, cada hereje recibía su castigo: uno, un susto; el otro, una decepción.

UN OVIEDO SOLVENTE

El Oviedo se mostró en Las Palmas como un equipo solvente ante un rival acuciado por unas urgencias a las que por el momento no ha logrado dar respuesta el cambio de entrenador: Paco Herrera ha cosechado una goleada como visitante y un empate en campo propio en los dos partidos que lleva al frente de Las Palmas. Los oviedistas mantuvieron en todo momento el control del partido, marcando el ritmo que les convenía. Aseguraron el empate y tuvieron opciones a la victoria, que quizá les negó el árbitro cuando, al final del partido, cerró los ojos ante dos más que probables penaltis en el área canaria. Y todo ello pese a bajas tan importantes como la de Saúl Berjón.

La UD bajo control. El acierto principal del Oviedo fue controlar en todo momento al equipo local. La Unión Deportiva Las Palmas, o UD, como suelen abreviar sus seguidores, es, como recién descendido, uno de los equipos económicamente fuertes de Segunda, pero parece continuar bajo el síndrome del desconcierto en que le dejó la marcha de Quique Setién, el entrenador que hace cuatro temporadas le devolvió a Primera División. Un Oviedo muy disciplinado ahogó su creatividad en el centro del campo con una presión muy efectiva sobre Tana y, a partir de ahí, la impaciencia y el desconcierto se fueron apoderando de los amarillos. Una escapada de Rubén Castro en el minuto 5, bien resuelta por Champagne, un estupendo remate de Maikel Mesa, que no encontró puerta por poco, y un tiro alto de Rafa Mir constituyeron el magro balance atacante de Las Palmas, que sólo lograría tirar una vez entre los tres palos a lo largo del partido. De la eficacia del control oviedista fue significativa una jugada del segundo tiempo, en la que Maikel, en vez de arriesgar en la acción individual, protegió el balón para que saliera a córner. Esa opción ficticia, porque el Oviedo dominó los saques de esquina, fue todo un reconocimiento de impotencia.

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