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De cabeza

Los nombres propios

Sobre el momento del Oviedo y la cuenta atrás que se inicia para los azules en la temporada

Ángel Cappa, a propósito del River-Boca, dijo que el juego cada vez importa menos. Al fútbol de hoy le asalta una legión de distracciones e intereses. Relacionados supuestamente con él pero más bien parasitarios o paralelos.

A veces la distracción viene de dentro y tiene que enfriarse mucho el plato para entender que los árboles no dejan ver el bosque. Por ejemplo, en el caso de los árbitros. El arbitraje de Iglesias Villanueva en el Real Oviedo-Almería alejó tanto a la grada y al equipo de la dinámica del juego que parecía que el árbitro era el alfa y el omega de todo lo ocurrido. Lo cierto es que puso de su parte. Es natural que un árbitro se equivoque pero no lo es tanto querer pasar por delante de los equipos acaparando un protagonismo que no le corresponde.

A los árbitros les gusta decir que también son deportistas y no debería dudarse de ello, sin embargo, en demasiadas ocasiones hay algo en su comportamiento que los aleja de esa condición.

En todo caso, el arbitraje como técnica de distracción dura lo justo. Si de los partidos, como de los libros, se escribiera una contraportada, habría que dejarla en blanco a propósito de la derrota oviedista en el Tartiere. A día de hoy, no sé si pasaron demasiadas cosas, si no pasó nada o si pasó lo de casi siempre. La rutina en el fútbol no admite término medio, se agarra como una sanguijuela a los hábitos más vistosos y luego cuesta despegarla del cuerpo.

El Oviedo empezó queriendo ser una antología de su mejor versión marcando un golazo, por su factura y ejecución, a la primera de cambio. Después, anhelando ser la antología de lo peor, encajó dos goles con demasiada facilidad. Parecía el Almería un pasajero con la terminal despejada apurado por el último aviso para el embarque.

No le sale trazar una línea continua al Oviedo esta temporada y el año ya empieza su cuenta atrás. Demasiado intermitente. Una luz parpadeante que alterna por igual esperanza y desesperación.

En los minutos previos al comienzo del partido, esos en los que la opinión pública decide subrayar lo más destacable, se habló mucho de la nueva victoria del Vetusta que, ya por repetida, deja de ser nueva. Y también se habló de algunos nombres propios. Cuando los nombres propios acaparan un discurso, desplazando a los adjetivos y sobre todo a los verbos, el relato se paraliza y es difícil modular una continuación. Los nombres propios son el último recurso que esgrime la grada. Conviene reflexionar: después de los nombres propios suele quedar un espacio en blanco.

El fútbol contemporáneo se escuda y se justifica a través del adjetivo "profesional" y del sustantivo "jerarquía". Demasiado plomo, ¿no? ¿Qué hay de la ligereza del galicismo "amateur"? ¿Qué hay de la ingenuidad de las promesas por cumplir? Al volver a casa, leí en un libro lo siguiente: "ataca quien ha entendido que ni él ni el partido que está jugando son inmortales". Lo dicho: demasiado plomo, demasiada obediencia.

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