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Dos en la carrera / Kilómetro 20

El Oviedo toma el relevo

Los oviedistas recuperan optimismo tras su triunfo en Soria mientras el gafe Zaragoza mete en dudas al Sporting

Tras la pausa navideña, la posición relativa de los dos competidores asturianos experimentó un cambio. La derrota del Sporting en El Molinón ante el Zaragoza y la victoria del Oviedo en Soria hacen que los oviedistas tomen el relevo en el duelo particular que siempre mantienen. El Oviedo recupera el optimismo mientras Anquela se refuerza en su puesto y en el Sporting vuelven las dudas, que se habían atenuado con la llegada de José Alberto al banquillo. Si se aleja el foco de competición particular para ver la clasificación de Segunda, no se ven motivos desde la perspectiva asturiana para tirar voladores. Los rivales están a ocho y nueve puntos del play-off y los puestos de ascenso les quedan mucho más lejos. Lo bueno, que puede convertirse en malo, es que queda mucho por correr. Pero la reanudación de la carrera les ha traído, con el cambio de puesto, un cambio de ánimo.

EL SPORTING CAE ANTE SU GAFE

La derrota que el Sporting sufrió el sábado en su campo podría buscar un paliativo en el reconocimiento de que el Zaragoza es un gafe reconocido del Sporting. Lo está siendo de forma manifiesta en el siglo XXI, pero ya lo fue mucho antes, incluso cuando el Sporting tenía el mejor equipo de su historia, una cima que desde las profundidades actuales se ve más alta que el mismísimo Everest. Así, por ejemplo, cuando el equipo gijonés, subcampeón de Liga en la campaña anterior, inició la temporada 1979-80 con siete victorias consecutivas, fue el Zaragoza quien vino a frenarle a El Molinón nada menos que con una goleada (1-4). Pero la cobertura exculpatoria del gafe tiene sus límites, incluso para los más supersticiosos. La credibilidad de aquel Sporting estaba por encima de las dudas y la del actual chapotea entre ellas. Por eso la primera derrota de José Alberto López no pareció un accidente más, de los que son frecuentes en una categoría muy igualada. Si reabrió heridas recientes es porque ya existían y no estaban cicatrizadas.

UNA PLANTILLA INADECUADA. La más sangrante es la que hace referencia a la plantilla, que no parece estar en consonancia con los objetivos que se proclaman. El nuevo entrenador quiere que el equipo juegue de otra manera, pero no parece claro que tenga con qué. El sábado quedó de manifiesto lo que se intuía como hipótesis: que Babin es imprescindible en la defensa. También se advirtió una vez más que el centro del campo es precario. Y que al equipo le cuesta un triunfo, nunca mejor dicho, hacer un gol. El Zaragoza llegaba metido en puestos de descenso, pero cuando los seguidores sportinguistas empezaron a ver sobre el terreno cómo Eguaras, Igbekene o Pombo dejaban en evidencia a los rojiblancos quizá más que disgusto lo que sintieran fuese miedo. Y probablemente no pocos dudarían si el Sporting actual es realmente un equipo con aspiraciones, duda que remite a preguntarse si el asunto tiene arreglo en el mercado de invierno, con alguna incorporación que aporte realmente algo importante al equipo, como en la temporada pasada ocurrió con la de Jony.

SEQUÍA DE GOL. A pesar de estas limitaciones el Sporting pudo haber resuelto el partido durante un comienzo en el que fue claramente superior al Zaragoza gracias a una presión muy intensa en campo contrario, que desarboló a los maños. Pero entonces el Sporting volvió a echar en falta esa capacidad goleadora que es una de sus más graves y acuciantes carencias. La alineación de dos delanteros, que en su momento pareció la solución aconsejable, no está funcionando en la práctica porque el dúo elegido no se potencia mutuamente. Djurdjevic perdió un gol clarísimo tras quedarse solo ante el portero después de que Nacho Méndez le robara el balón a Eguaras al borde del área zaragocista. El serbio, al menos peleón, pudo resarcirse luego de su obsesión por marcar al aprovecharse de la porfía de Álex Pérez junto a la portería del Zaragoza tras el saque de un córner. Y poco más tarde le puso en bandeja un gol a Blackman, al colgar un balón poco menos que sobre la línea de meta, a favor de la llegada del británico. Lo más elemental, por fácil, sobre todo para alguien tan alto como Blackman, hubiera sido meter la cabeza para mandar el balón a la red, pero, contra toda lógica, intentó una pirueta para alcanzarlo con el pie, cuyo resultado se pareció más a un despeje que un remate. Algo parecido ocurriría luego, ya con el 1-1 en el marcador, cuando Blackman ganó la posición para recibir un centro de Carmona, pero luego no supo dirigir el balón hacia la portería. En esos fallos, que llegaron cuando el Zaragoza no sólo se había liberado de la presión inicial sino que la había revertido a su favor con el acierto ante la portería contraria que le faltaba a su rival, al Sporting se le fue el partido.

POCOS RECURSOS. El segundo tiempo mostró a un Sporting con más voluntad que recursos. Mariño, con varias paradas de su marca, impidió que el Zaragoza matara el partido con un tercer gol, pero en la portería contraria Cristian Álvarez apenas fue inquietado por un cabezazo de Djurdjevic a centro de Álvaro Jiménez, más fuerte que colocado. Salvo en esa jugada, el ataque del Sporting fue reiterativamente rutinario, con subidas por las bandas que terminaban en centros desde afuera, que constituían un regalo para la defensa zaragocista. Los rematadores no aparecían y si una vez lo hicieron fue para estorbarse mutuamente, como cuando Djurdjevic y Blackman en vez crear la alternativa de ofrecerse uno en cada palo se amontonaron en el segundo. Ni una jugada individual, ni una combinación imaginativa ni un acertado disparo desde lejos rompieron esa rutina, tan voluntariosa como torpe que dejó una sensación penosa en la mayor parte una concurrencia que había llenado El Molinón para celebrar una fiesta y se encontró con que le habían cambiado el programa. Una entusiasmada minoría zaragocista tomó el relevo de la celebración.

El oviedo, tres puntos o más

La victoria del Oviedo ayer en Soria puede ser uno de esos resultados que trascienden la mera contabilidad de la competición. Los próximos partidos dirán si ha valido más de tres puntos. Probablemente, sí. Conseguir el triunfo en un partido con un nivel futbolístico más que digno, ante un rival excelente y recuperando alguna de las añoradas señas de identidad propias seguramente contribuirá a disipar las dudas que lastraban un modelo de equipo amenazado seriamente por la crisis. Dicho de otra forma, el resultado fortalece a Anquela, tan amenazado hasta hace muy poco, y eso debe ser bueno para un Oviedo que, con el jienense al frente, puede ser definido como un equipo de autor. Mantener a estas alturas de la Liga esa característica, siempre que transmita buenas sensaciones y, desde luego, buenos resultados, supone algo más que ganar tiempo: es conseguir una nueva oportunidad para un proyecto que había quedado a medio desarrollar.

TRES GOLES DESDE ATRÁS. Ese proyecto recuperó en Los Pajaritos algunas de sus señas de identidad. El mejor Oviedo, en cuanto más eficaz, de la etapa Anquela basaba su fortaleza en la defensa, en el doble sentido de que sabía evitar los goles y era capaz de hacerlos en la portería contraria. Ese Oviedo se había hecho temible en las jugadas de estrategia, pero esta temporada parecía haber perdido esa cualidad. La señal de su recuperación parece haber sido el regreso de Carlos Hernández. Ante el Numancia los tres goles oviedistas fueron obra de zagueros. Uno, el de Javi Hernández, tras una excelente jugada individual, que confirma el progreso de este joven jugador. Los otros dos fueron estrategia pura. El de Carlos Hernández, un córner sacado en corto para que Tejera colocara el balón en el cielo del área soriana y Carlos Hernández se elevara allí más que nadie y cabeceara limpiamente. Y el otro, el decisivo, en la segunda jugada de otro saque de esquina, lanzado por Tejera, en la que Mossa hizo de prolongador y Christian Fernández, o Bolaño, como prefiere ahora que le llamen, cazó al segundo palo para batir al exoviedista Juan Carlos. En los saques de esquina la defensa oviedista mandó en las dos áreas. Al Oviedo le bastaron cuatro para marcar dos goles. El Numancia lanzó ocho y no logró ninguno.

UN TRABAJO COLECTIVO. Esa misma defensa redujo al mínimo las oportunidades del rival con el balón en movimiento. Puede parecer exagerada esa valoración cuando el equipo encaja dos goles. Pero los del Numancia llegaron como consecuencia de dos excelentes jugadas individuales, ambas con sello africano: ghanés y senegalés. Tanto en la del exoviedista Yeboah como en la de Diamanka el acierto de los autores no necesitó de la colaboración de los defensores oviedistas. En el resto del partido el mérito del Oviedo fue no descomponerse nunca ante un rival excelente, que intentó sacar siempre el balón bien jugado desde atrás, renunciando a rifarlo, y que, desde esos principios, impuso además un fuerte ritmo. El Oviedo difícilmente hubiera aguantado esa presión si no se hubiera implicado en la respuesta todo el equipo, un once en el que volvía a ser noticia la presencia de un Viti que, además de poderío, muestra cada vez mayor atrevimiento, en tanto que la reaparición de Juanele pareció prometedora. No fueron novedad la jerarquía de Tejera, el trabajo de Folch o el despliegue de Bárcenas. Pero por encima de las individualidades, todos los jugadores azules se implicaron en reducir las oportunidades del Numancia, que, aparte de las dos genialidades que le dieron sus dos goles, apenas creó otras dos ocasiones claras, que en última instancia supo neutralizar Champagne, como un tiro alto y al primer palo de Yeboah y, sobre todo, un cabezazo picado de Guillermo. Fue ese trabajo colectivo el que permitió al Oviedo conservar todas sus opciones hasta los minutos postreros, que, si en ocasiones recientes le depararon disgustos, esta vez le reservaban una alegría.

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