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Chapuza infinita

Los problemas eternos del Tartiere y el Oviedo como arma electoral para los partidos políticos

El Carlos Tartiere costó 45 millones de euros y no se puede sectorizar bien. Tiene un césped horrible, una iluminación defectuosa, goteras en el tejado, tuberías rotas, asientos sucios y desconchados, accesos fatales, una imagen grisácea horrorosa y la tristeza absoluta en el exterior. Es una ruina, un desprestigio enorme para un club de la talla del Oviedo y un dolor bimensual para los aficionados. Lo saben perfectamente quienes lo impulsaron y lo consintieron, que son unos cuantos de aquí y de allí, y que ahora que a la vista no asoman sobrecostes y sí las sonrojantes costuras de aquellas decisiones, callan como "afogaos". Para qué hablar, para qué reconocer errores; lo cobrado, cobrado está.

Como ya no son tiempos de obras faraónicas y dinero a espuertas (o eso parece), porque la herida de la crisis sigue doliendo aunque interese cicatrizarla antes de tiempo, el estadio es y será un marrón para el gobierno de turno, sea cual sea el color. El PP fue el responsable de su construcción y también de su decadencia: permitió que se hiciera así, sobre un manantial, y con una orientación opuesta al resto de estadios del norte de España. El resultado de tan lúcida decisión es que hay una zona del campo a la que nunca le da el sol. Después de presumir de estadio e inaugurarlo a lo grande en el año 2000, aquel gobierno popular no tardó en mirar al campo de enfrente, situado al otro lado del parking, y dio la espalda al Tartiere durante muchos años, dejándolo a la deriva hasta hace relativamente poco. Cero mantenimiento. El desgaste, pues, fue evidente.

Luego, cuando el PP retomó su buena sintonía con el Oviedo, abrió el grifo y le ofreció lámparas de calor, palcos privados a medida e incluso concejalías a debutantes afines, llegó contra todo pronóstico el tripartito al poder (junio de 2015, justo tras el ascenso al fútbol profesional) y heredó el marrón del estadio a su manera: con muchas promesas y pocos hechos, modus operandi claro del actual mandato de izquierdas en la ciudad. Presupuestar mucho, ejecutar poco. Parche tras parche en el Tartiere para ganar el titular y mantener sedado al club y a su afición más ruidosa.

Una prueba está en estas páginas. Por primera vez ve la luz un informe, el de los arquitectos, pedido en 2016 y recibido, se supone, en agosto de 2017. Más allá de la conclusión de la sectorización imposible, los documentos revelan detalles nuevos, como que el Tartiere tiene menos baños de lo que debería o que su capacidad real menguó. El informe lo conoce hace tiempo el club, pero ha permanecido interesadamente en el cajón municipal porque las conclusiones eran incómodas de afrontar para el tripartito de haberse hecho públicas antes y haber tenido tiempo de reacción: la sectorización que quiere la entidad para poder jugar más con los precios y las gradas no se puede hacer, así que hay que tirar con parches. Y con eso se está tirando, con los mejores parches posibles. No hay otra opción.

Pero ahora que asoman las urnas y todo se mide en votos toca echar el resto y acercarse lo máximo al club a ver si se rasca algo. Lo de siempre: el Oviedo como arma electoral. Y así unos prometen lámparas de calor para el césped y asientos azules en el descuento del mandato y otros en la oposición salen exigiendo la ayuda que en su momento no dieron o planteando soluciones en busca del aplauso fácil. Y en mitad del circo hay que aplazar partidos porque la previsión para el césped no es buena, llevar papel de casa para limpiar el asiento de turno o quedarse mejor en el sofá porque los accesos son imposibles, no digamos ya para gente con problemas de movilidad.

La realidad, como todos conocen, es que este estadio requiere una enmienda total. A ver quién es el valiente que la plantea.

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