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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Los huesos de Escipión

Solari, el entrenador del Real Madrid, ha pasado en una semana de ser un genial "gestor de egos" (¿quo vadis, fútbol?) a un vulgar interino al que el Madrid le queda tan grande como a Cenicienta unos zapatones de payaso. Del genio a la interinidad solo hay un partido o, más bien, una derrota. Llegó el Girona al Bernabéu y se acabó el nuevo Zidane, el cabal entrenador que dosifica a sus jugadores con sensatez, el hombre suave y a la vez duro que es capaz de recuperar a Bale y de liquidar a Isco, el guía que iba a conducir a Vinícius Jr. a través del desfiladero de un equipo tan grande que es capaz de comerse con patatas a los grandes jugadores cuando todavía son pequeños. Y no solo Solari. ¿Qué me dicen de Marcelo? El futbolista brasileño está gordo, lento, le falta intensidad y "hambre", pasa de todo, no defiende, ataca mal y cuando le da la gana y, atención, es la razón principal del mal partido del Madrid con el Girona y de la despedida (de momento) de su equipo en la lucha por el título de Liga. "Patria ingrata, no tendrás ni siquiera mis huesos": son las palabras que ordenó colocar Escipión, el general romano que derrotó a Aníbal en la batalla de Zama, como epitafio en su tumba después de que, molesto con Roma, abandonara la ciudad para pasar sus últimas días en su finca de Liternum. "Equipo ingrato, no tendrás ni siquiera mis huesos", podría decir también Marcelo cuando abandone Madrid para refugiarse en un equipo chino o qatarí, cansado de las críticas de una afición a la que dio tanto como Escipión a Roma.

El fútbol es ingrato pero, como diría Sandro Giacobbe, el fútbol es así, no lo he inventado yo ni los aficionados del Bernabéu que pitaron a sus jugadores tras la derrota ante el Girona. Salvo excepciones, los futboleros vamos al estadio a ver ganar a nuestro equipo (si puede ser, con buen juego, pero eso es opcional), y animamos al equipo cuando el equipo nos anima, y no antes. Por regla general, son los futbolistas los que hacen arder la grada, no el fuego de la grada el que enciende a los jugadores. La llama casi siempre surge del terreno de juego, de forma que el calor va de abajo a arriba, y no al revés. En la Premier League es diferente porque los ingleses, en el fútbol como en tantas otras cosas, son distintos. Pero el Bernabéu, el Camp Nou o Mestalla (no tanto el Metropolitano, el Benito Villamarín o San Mamés) son estadios calientes solo cuando se les calienta. Ronaldo (atención: ¡Ronaldo!) fue pitado alguna vez en el Bernabéu. Y, con el tiempo, Messi (sí, ¡Messi!) será pitado en el Camp Nou. Ronaldo se largó del Madrid en plan Escipión, dejando claro que el Madrid no tendrá ni siquiera sus huesos. No creo que Messi llegue a tanto, pero no pondría la mano en el fuego por la afición del Camp Nou.

A los que llevamos muchos años de fútbol español en las espaldas no nos sorprende el rápido derrumbe de Solari y la aparatosa caída de Marcelo, pero sí nos sorprende que estas cosas no sean sorprendentes. En una de las geniales sentencias que se le atribuyen, la gran actriz Mae West (la misma que decía que cuando era buena era muy buena, pero cuando era mala era mucho mejor) pedía que la quisieran cuando menos lo mereciera porque sería cuando más lo necesitara. Supongo que el momento en que los madridistas deben demostrar que quieren al Madrid y a Marcelo es este, porque es cuando menos lo merecen y también cuando más lo necesitan. Pero el fútbol, como los bancos, es su cuenta de resultados. Vales lo que vales en tu último partido. Escipión derrotó a Aníbal y terminó amargado en una casa de campo escribiendo sus memorias. Ronaldo lideró las victorias del Madrid ante múltiples Aníbales y ahora está en Turín rumiando su áspera salida. ¿La patria es ingrata con sus salvadores? Mientras el equipo gane, no. Otra cosa es dónde serán enterrados los huesos de Escipión.

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