Dicen nuestros paisanos que el sol de febrero y marzo es muy peligroso. Engaña porque ofrece en invierno buena temperatura, pero el frío de la época lo convierte en un generador de gripes. Lo resumen en una frase tan exacta como maliciosa: "No se puede dormir con el culo al aire". El domingo, los sportinguistas llegaron a El Molinón con un sol de bochorno y salieron abochornados. Con un cuadro clínico depresivo e incubando una gripe futbolística con riesgo de derivar en una neumonía de descenso si no se encuentra el antibiótico que lo remedie.
Días antes del partido, el actor, guionista, dramaturgo y director teatral Maxi Rodríguez, entre culetes en una sidrería de la plaza Requejo de Mieres, me comentaba: "Bueno, vamos a ganar al Rayo Majadahonda 3-1, y ya verás, volvemos a sacar la calculadora y a ver el tiempo que nos queda para alcanzar la promoción... Porque somos así, tío, nos ilusionamos con poco...".
A mitad de partido con el Rayito recordé la conversación cuando el marcador iba 1-3. Ni ilusión, ni cuentas de la lechera, ni calculadora que valga. Del bochorno de febrero pasamos al bochorno de vergüenza y sonrojo futbolístico. El equipo menos goleador metió tres en el Templo y desnudó ante el estupor de la afición las vergüenzas bochornantes del equipo diseñado por el gestor de deportistas humanos, o como se quiera llamar.
¿Y ahora qué hacemos? Asumido el desastre, ¿cómo ocupamos el tiempo hasta el final de temporada? La calculadora está más cerca de los dedos de los pies colgados del abismo que de las manos de una soñada promoción. ¿Cuántas toneladas de pipas hacen falta para combatir la desidia, para hacer de analgésico?
Dicen los expertos en estas cosas de autoayuda y psicoanálisis que buena parte de la felicidad proviene de la capacidad de olvido. En el caso del Sporting se requiere doble dosis: hay que olvidar quiénes fuimos y quiénes somos; es decir, convertirnos en la nada, sin pasado ni presente, un equipo vacío, con un futuro somatizado por ilusiones, alimentado de placebos para conseguir reconfortantes espejismos.
Ahora queda echar números hacia abajo, porque este Sporting no remonta un partido, un gol, el juego, los números, el tiempo. Y se empieza a pensar que lo peor será ocupar el resto de temporada en evitar el descalabro de meterse en un descenso no tan lejano viendo la tendencia del equipo.
El domingo, día para aplaudir y corear la figura de Quini, se convirtió en una matinal de silbidos, tan tímidos como por desgracia fue el recuerdo al tótem inmortal del Sporting. El bochorno abrasa cualquier entusiasmo. Pero cuando El Molinón silba, ¿a quién lo hace? ¿A los jugadores? Sería injusto generalizar: puso más interés Pablo Pérez (con sus fallos y aciertos) en 20 minutos que Lod en 70 de titular. ¿Al entrenador? Sumido ahora en un mar de dudas en un equipo triturador, el poco fútbol que vimos este año fue gracias a él. ¿Al fichador; perdón, gestor de recursos deportivos humanos, o cómo se quiera llamar, que reiteró que no se equivocó en los fichajes, que falló su rendimiento? Pues que baje al banquillo y, tanto que confía en sus deportistas humanos, les saque rendimiento. ¿O al consejo de administración? El club será de sus dueños, pero el sportinguismo no olvida ni el pasado ni sus esencias, y quiere un futuro que sea bien distinto a este presente bochornoso digno de olvido.