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Sean valientes y expliquen qué son

Los últimos años del Sporting han acumulado tristezas, alguna alegría y, sobre todo, medias verdades que han generado aún una mayor confusión. El máximo accionista, quizá porque ese partido lo da por perdido, apenas invierte tiempo en comunicar, no ya para convencer sino para explicar qué es este Sporting.

Año a año se van sumando los desengaños, las frustraciones y el desarraigo. Da igual si hacen una buena obra, por respuesta siempre reciben la crítica, una enmienda a la totalidad. En Mareo falta valentía. Creer en una idea, explicarla, defenderla y difundirla. Combatir el rechazo generalizado con coraje, sin caer en posturas victimistas poco creíbles.

Javier Fernández ha transformado de forma moderada al Sporting. Sería arbitrario no reconocerle mejoras en la estructura de la SAD, como la profesionalización en la gestión o la independencia deportiva concedida a los técnicos. Todo tan cierto como que su padre siempre será su padre, su apellido no cambiará y el ascenso le dio una oportunidad soñada. Todo, en su justa medida, se puede admitir sin caer en la crítica feroz ni en la alabanza desmedida.

Los dirigentes del Sporting necesitan arrojo, por ejemplo, para hablar de Mareo, de la cantera, para atreverse a contar que una vez hubo un equipo que competía con los mejores, que jugó finales, y que fue más una excepción en la historia rojiblanca que una constante en las diferentes décadas. Fernández y Torrecilla deberían sentarse ante los aficionados y decirles que, en 2019, Mareo es ahora una marca, un recurso argumental, que añora a la escuela singular que fue. Mareo fue único, pionero; ahora comparte métodos con otra veintena de canteras y, además, compite en desventaja. La competencia es atroz: la Premier, el Madrid, el Barça, el Villarreal, el Oviedo. De norte a sur. De oeste a este.

Fernández y Torrecilla saben que no se puede promocionar cada año a un nutrido grupo de asturianos que compitan en la élite. Eso fue una hermosa etapa del pasado. Ahora no los hay. Y difícilmente los habrá. ¿Cuánto tiempo hace que un canterano no se agarra a la titularidad con los mayores? ¿Cuántos jóvenes forjados en casa triunfan lejos de Asturias? El director deportivo presume del ascenso de los principales jugadores del filial, cuando a éstos les cuesta asentarse en el primer equipo. Torrecilla tiene un trabajo más relevante aún que acertar con los fichajes: consiste en identificar los problemas, remover estructuras, tomar decisiones y relatar qué quiere para el Sporting.

El Sporting también necesita fichar. Despreciar lo de fuera es extemporáneo. El compromiso, la defensa de un escudo o la identificación con una idiosincrasia no dependen del carné de identidad. El llamado "Sporting de los guajes" (¡qué equipo!) también fichó: dependía en gran medida de Cuéllar, Carmona, Isma López, Bernardo, Luis Hernández, Sanabria o Jony, ninguno de ellos criado en Mareo pero representantes de los mejores valores que acompañan al futbolista profesional. Abelardo y Nico acertaron en el diagnóstico posterior: era necesario modificar la plantilla para mejorar, pero fallaron, como ahora, en el perfil de los futbolistas incorporados. Por medio, el fracaso colectivo de no retener a los dos centrales y al colosal extremo de Cangas (cada caso obedece a un relato particular). Años después, El Molinón coreó la promoción de José Alberto quizá pensando que junto a él surgiría un imberbe Sporting que no existe. No conviene comparar a los jóvenes actuales con otras generaciones. Sería una exigencia infundada. Ningún patrón contemporáneo resiste una analogía con la década de los setenta u ochenta.

Con la economía en tiempos de bonanza, al Consejo del Sporting hay que exigirle liderazgo, capacidad, discurso, comunicación. Que se atrevan a hablar del Sporting en presente, sin temor a la palabra para explicar qué fueron, qué son y qué quieren llegar a ser.

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