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Mario Antuña

¡Que somos el Sporting!

La necesidad de un triunfo para recobrar la ilusión y salvar una temporada hasta ahora decepcionante

Un derbi es un derbi. Para lo bueno o para lo peor. No hay término medio. Un derbi no se juega, no se empata o se pierde, se gana. El empate, ese reparto de puntos amigable o a la greña, se desprecia. No porque no sirva de nada, sino porque un derbi implica más que puntos. Y, a la vez, todo lo dicho es mentira y cierto al mismo tiempo. Un derbi trasciende a la lógica, pero debe ser racional. Es corazón y cerebro. Calor y frío. Valentía y cobardía. Lo es todo junto. La deconstrucción de los sentimientos y el ensalzamiento de la razón. Y viceversa. Es pura esencia futbolera, la condición humana. Su contradicción y su grandeza. Los más bajos instintos y los más elevados valores. Es fútbol, sólo eso y nada menos que eso, pero multiplicado por la potencia de un derbi. Entonces es más que fútbol. La máxima contracción del amor a un escudo y a unos colores hasta la explosión del big bang con la expansión del tiempo y del espacio, el campo de juego en el que Sporting y Oviedo persisten. Puro realismo, pura relatividad. Y todo esto en 90 minutos dos veces por temporada. Casi nada.

Que nadie se vuelva loco. Dejemos el sentimentalismo y seamos realistas. Sporting y Oviedo llegan con trayectorias irregulares. Una campaña de altibajos, donde las mediocridades superan a la excelencia. Aquí no hay Messis, es puro pundonor. Labradores del fútbol con aspiraciones de bambalinas. Son tres puntos vitales en la lucha por alcanzar el sexto puesto, ¡el sexto!, que da acceso a la promoción. Nada de luchar por el ascenso directo. Ya demasiado lejos. Que nadie tire voladores ni saque pecho.

El Sporting se juega más. Si gana se colocará a dos puntos del Oviedo y más cerca del play-off. Será una inyección de moral. Recobrar la esperanza, la sensación, real o no, de que aún es posible salvar la temporada. Incluso volver a pensar en un ascenso dado por perdido y principal objetivo del proyecto Fernández-Torrecilla, tan en entredicho. Para el Oviedo, la victoria daría la puntilla a su eterno rival. Le dejaría sin opciones, cerraría su temporada en marzo y le abriría una crisis hasta ahora barruntada pero aletargada.

El Sporting viene de más arriba, de buenos años, de estancias en Primera y, en consecuencia, se le exige más. Al Oviedo, tras el paso por los infiernos, la benevolencia se le otorga con cualquier mejora que le aleje del pasado. Un triunfo le haría lamer el dulzor de la promoción, con el capital mexicano sonando en los bolsillos. El nuevo Dorado carbayón. Cara o cruz. Ganar o perder. El empate sólo atraerá dudas.

Dejemos el realismo y volvamos a los sentimientos. El Sporting, hoy, tiene que ganar. Con un gol de ñalga o de llombu. En el minuto 1 o en el 95. Jugando bien, mal o regular. Con la intermediación de dios o del demonio. Con las estadísticas de la historia, las encuestas de los curas o los deseos de exfutbolistas. Con la victoria de los cobardes o con la derrota de los héroes. Da igual, al final, como en la rula, se apunta el resultado. Nadie se acordará de los detalles, salvo aquellos que buscan justificaciones. Es sí o sí. Intentar salvar otra decepcionante temporada. Con los de casa, pocos, o con los de fuera, demasiados para lo que hacen. Lo entiendan, lo sientan o no. No tienen otra. ¡Que somos el Sporting, coño!

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