La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mario Antuña

De subidón hasta el viernes

El día de un derbi tiene una liturgia especial. Debe ser acorde a la excepcionalidad de la jornada. Cumplir unos requisitos previos de preparación: buena compañía, un lugar idóneo en el que esparcir la mente, suculenta comida y relajada sobremesa. El ritual se cumplió: localidad costera, unos cuantos culetes de sidra, amigos del Oviedo, una comanda que Lola Flores definiría como "deliciosa" y un café largo de terraza en el que comienzan a aparecer las primeras impresiones sobre el partido. Mantengo firme la fe en la victoria; los oviedistas, la peña azul que ya me supera en número, tienen muchas dudas, ven más cerca una derrota que su triunfo. Todos somos precavidos. Camaradería y cordialidad. Buen prolegómeno para un derbi.

Y el de ayer tuvo todos los ingredientes tradicionales de un clásico: emoción, fuerza, jugadas polémicas, faltas, tarjetas, mal juego general, más emoción, penaltis, goles anulados, suspense, nervios y una victoria final. Porque como quedó dicho los derbis se juegan para ganarlos. Esta vez fue el Sporting en El Molinón, el primero sin Quini, al que los aficionados se encomendaban con sus miradas al cielo. Para acabar con las dudas: sí, fue penalti y lo falló Djurjdevic (los oviedistas dirán que por justicia divina o futbolera), ese delantero con tan mala baba como mala suerte, que pierde efectividad con tantas guerras particulares; y si hubo robo en el gol anulado, fue por el butrón (patadón) que le da Ibra al intentar rematar a ciegas al defensa Peybernes. Quede claro, a ojo de sportinguista.

El triunfo del Sporting tuvo un mérito doble. Se consiguió con un jugador menos por decisión técnica (si somos benevolentes con medio) y ante el eterno rival, nada menos, en uno de esos dos partidos del año de cada temporada. José Ángel decidió jugar al estilo del innovador Helenio Herrera, con diez, con Nacho Méndez acompañado de Cofie que falló prácticamente todos los pases, perdió todas las pelotas que debía proteger, entregó un par de balones al contrario con peligro para su equipo y volvió a mostrar esa facilidad contemplativa del juego. Si es un jugador top europeo, aún no ha salido de la manta. Es inexplicable que Cristian Salvador no esté en la medular con Nacho Méndez, autor del pase del gol. Si aún así, ayer ganamos un derbi, con once jugadores debe irnos mejor.

La victoria da subidón. Los sportinguistas pasarán una semana relajada y optimista. Coloca al equipo a cuatro puntos de la promoción y a dos del Oviedo, impensable hace un mes. Todo parece posible de nuevo hasta final de la temporada. La delantera tiene ahora más "alegría", la defensa vuelve a ser solvente con Babin, el centro del campo sigue siendo el agujero negro que obliga al juego directo (vulgarmente llamado patapúm parriba) y a cruzar los dedos por las pifias. Es más que nada, mucho más, si no entramos en detalles. Pero que el triunfo no impida ver la realidad. (La frase es una versión abreviada del popular verso del poeta bengalí Rabindranath Tagore, cuyo original es: "Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas"). Pero aquí todavía no hay ni sol ni estrellas, sólo la alegría de ganar un derbi (que no es poco). Un subidón que habrá que aprovechar hasta el viernes, cuando vuelva la cruda realidad ante el Málaga.

Compartir el artículo

stats