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Mario Antuña

A la contra

Mario Antuña

El sado Sporting

El extremo sufrimiento de cada partido y el placer de los buenos resultados

El chándal de José Alberto es una ilusión. En realidad, viste un traje negro de cuero con capucha enteriza, cadenas y una fusta con la que inflige la mortificación de cada partido. El Sporting ha encontrado en el dolor la virtud. La escalada hacia la promoción es un camino repleto de piornos que purifican con sangre las piernas de los jugadores en el campo y los ánimos de los aficionados en las gradas. El equipo practica tanto el masoquismo, porque obtiene el placer de la victoria al dejarse dominar, como el masoquismo al disfrutar con la crueldad que supone para el adversario la derrota. El aficionado es sometido a un intenso ritual de ansiedad y sufrimiento, que encuentra al final la satisfacción de un orgasmo colectivo y ritual cuando los tres pitidos del árbitro decretan el final.

El Sporting ha encontrado la senda de la victoria caminando por el filo de la navaja. Hasta ahora no se ha cortado. Apenas el rasguño de un empate, y seis victorias. ¿Quién habló de "jogo" bonito? No se juega bien ni falta hace, ya se han encargado de reconocerlo tanto el entrenador como los jugadores la pasada semana. El objetivo es ser eficientes y prácticos. Juego directo, transiciones rápidas, patapum parriba a que cojan la pelota los delanteros o intentar aprovechar algún contraataque. Lo demás es tarea de recogimiento, defender y dejarse dominar hasta el placer sumo de la victoria.

Cada partido es un calco. Aunque con sus variantes. Segundo 10, Djurdjevic marca en un relámpago de fusta. Quedan por delante 93 minutos y 50 segundos de angustia. El cilicio aprieta mortificador con el 67% de dominación del Granada. Las espaldas sienten los latigazos de cada remate santificado por Mariño, que realizó tres paradones redentores. Cada pérdida de balón duele como una pinza en un pezón. Las cadenas aprisionan las esperanzas al malograrse un contraataque o se falla alguna clara ocasión. Djurdjevic es como una sanguijuela que va chupando el ansia del adversario, y del aficionado local cada vez que marra lo fácil. Minuto cinco de la segunda parte, una vaselina errada ante el portero Rui Silva. ¡Cuánto sufrimiento hubiese ahorrado ese gol, la posible puntilla al partido!

Pero un 2-0 al principio de la segunda parte sería lo cómodo. Hay que sufrir. Sentir la incertidumbre del resultado. La angustia del posible empate o algo peor. José Alberto, revestido de cuero negro, deja la fusta y atiza el látigo por encima del campo y de las gradas.

Prietas las filas atrás. La defensa se conjura ante los arreones de los granadinos. Cofie estorba y roba balones con las piernas de Fred Astaire y los pierde al intentar jugarlos con las de Chiquito de la Calzada. Los interiores amarran el medio campo gijonés. Y los delanteros esperan su oportunidad. Este es el "jogo" bonito que hace aullar a los aficionados cuando intentan mitigar el sufrimiento con los cánticos de ánimo.

Y así, ¿hasta cuándo? Por el momento hasta acariciar la promoción. ¿Se podrá soportar? La victoria compensa el martirio, mitiga el dolor, es el bálsamo del sufrimiento. El placer es inmenso entre los más de 20.000 aficionados de El Molinón, y de las decenas de miles repartidos por todas las televisiones... Hasta José Alberto, eufórico, vuelve a vestir su chándal de la suerte. ¿Y hasta dónde? Eso ya se verá. Jugar sobre el filo de la navaja acarrea grandes riesgos de acabar con un grave y profundo corte. Por el momento es lo que hay. Dolor y placer. Sin mirar más allá del próximo partido. Pero para el futuro mejor olvidarse del traje de cuero negro...

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