Se ha hecho larga esta semana de debates a cuatro en dos vueltas y una exigua jornada de reflexión que desde que existe el mundo virtual ya no es tal. Las tertulias futbolísticas se parecen cada vez más a las de los programas del corazón y las políticas se asemejan a las balompédicas. Mar o montaña, Bilic o Barral, Madrid o Barça, Clemente o Valdano, digital o en papel, resultadistas o partidarios del juego bonito.

Andan estas semanas los resultadistas crecidos y centran sus miras en dos de sus particulares sospechosos habituales: Guardiola y Quique Setién. Que el primero haya caído eliminado de la Champions o que el segundo vea como las opciones de que su Betis no juegue en Europa el año que viene son altas se venden como dos muestras de que el hecho de querer ganar a partir del balón es una gran mentira ya que lo único importante es la victoria. Se lo recuerdan precisamente a dos entrenadores que de victorias saben un rato. Del palmarés del primero mejor no hablar y la trayectoria del segundo en el Lugo, Las Palmas y Betis también está repleta de triunfos en su escala de objetivos.

Se trata de colar en el imaginario colectivo que el único camino a la victoria es que el balón lo tenga el otro, que ya cometerá algún error. Lo raro es que los resultados de los resultadistas no suelen llegar muy a menudo y las Ligas las gana el Barça, las Champions el Madrid, la Premier el City y de Segunda subieron el año pasado equipos que se distinguieron por jugar muy bien al fútbol como Rayo y Huesca, o que por la cabeza de la tabla de este año anden el Osasuna o el Granada a los que en muchos partidos da gusto ver jugar como sucedió con los últimos en El Molinón pese a su derrota. Se nos trata de colar también que el fútbol en Segunda es así y parece que al aficionado no le queda otra que resignarse. Debe de ser que cuando el balón salta al campo en Riazor en un Dépor-Zaragoza, sabe perfectamente si el partido se disputa en Primera o en Segunda.

El Sporting desperdició buena parte de la temporada no jugando ni bien ni mal, sino todo lo contrario. En la época de Baraja y desde la llegada de José Alberto al banquillo el equipo fue buscando un sistema que tratara de sacar el mejor rendimiento a los futbolistas disponibles. Capello ganó una Liga con el Madrid con un juego cimentado en las paradas de Casillas y los goles de Ruud van Nistelrooy. Mariño y la dupla Alegría-Djurdjevic son los que marcan el devenir de un equipo del que el compromiso se le supone, pero que ha decidido voluntariamente renunciar al balón. Y buena parte de la afición lo puede entender cuando el rival es el Granada, pero le cuesta un poco más cuando el partido se juega en Tarragona ante un equipo con pie y medio en Segunda B. El supuesto valor de ese punto no impide pensar que con un poco más de ambición quizá se hubieran conseguido los tres en disputa.

El segundo proyecto de nuestro gestor de recursos humanos particular depende de los plenos propios y de los abundantes errores ajenos. Depende de que el entrenador al que casi se invita a salir en verano consiga el compromiso de fe de sus jugadores, de que la capa de superhéroe de Mariño llegue a tiempo de la tintorería, del acierto de alguno de nuestros delanteros, del poder milagroso del chándal de nuestro míster, de que Carlos Castro (tres goles por uno de Blackman) no nos haga recordar aquello de no hay peor cuña que la de la misma madera y de que Nino, empeñado en convertirse en una de nuestras pesadillas, no nos siga recordando que es uno de esos jugadores que nacieron para vestir la camiseta rojiblanca, pero que nunca pudo ser.

Lo que es evidente es que los jugadores del Sporting tienen una difícil misión esta tarde: superar los desmarques continuos, el esfuerzo y los goles de Irene, la zurda de María Yenes o el golazo de Trevi que pudimos disfrutar las personas que nos acercamos a El Molinón el domingo pasado.