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Dos en la carrera / kilómetro 38

No bajar los brazos

La decepción que comparten Oviedo y Sporting puede ser más peligrosa que sus malos resultados en la jornada

La maratón de Segunda es tan dura que ofrece como premio seguir corriendo algunos partidos más: cuatro mejor que dos. No otra cosa es la promoción de ascenso o "play-off", en la que pretenden entrar los dos corredores asturianos. Tras una jornada poco feliz para ambos, el Oviedo se mantiene como mejor colocado. Pese a lo severo de su derrota en Málaga, el calendario de los rivales que le preceden abre fisuras a unas esperanzas que pasan, de todos modos, por mentalizarse de que el suyo no se ofrece precisamente como un camino de rosas. Como para el Sporting, peor situado, tras su nuevo tropiezo en El Molinón, el mayor peligro sería bajar los brazos. Más incluso que un recusable demérito, sería un error que ambos cedieran a semejante tentación.

EL SPORTING, SECO DE GOLES

Faltaba poco para que los jugadores volvieran al campo tras el descanso cuando comenzaron a funcionar tres aspersores, derramando agua sobre una zona del siempre impecable césped de El Molinón. Los tres estaban en los aledaños del Fondo Norte, o sea, cerca de la llamada "Portería de los Goles", hacia la que el Sporting prefiere tirar en los segundos tiempos y así lo elige siempre que puede en los sorteos de campo al principio de cada partido. El marcador señalaba un empate a cero y el riego, complementado con el trabajo de algún jardinero, parecía un esfuerzo adicional para conseguir que ese terreno tan bien cuidado diera su fruto al propietario. Pero sería inútil. Si el Sporting está seco de goles es porque no los siembra con lo que los produce, que es un juego eficaz.

Sin ocasiones, imposible. Y es que el gol no surge de la nada. Ni, salvo excepciones muy notorias, lo inventan los especialistas. Sin duda es muy importante contar con alguno. Pero con eso no basta. Hace falta que el resto del equipo los ponga en situación. Ante el Lugo fue notoria, antes, durante y después del partido, la ausencia de Djurdjevic, el máximo goleador rojiblanco. Pero con Djurdjevic o sin él el Sporting es uno de los peores equipos de Segunda de cara a la portería contraria, tal como revelan los números. Salvo los gijoneses y el Málaga, los demás integrantes de ese pelotón de los torpes ante la portería contraria están ya condenados al descenso o luchando por evitarlo. Su buena defensa, potenciada por un portero extraordinario, es la que ha evitado que a estas alturas el Sporting no se encuentre en tan desairada situación. Mariño tiene un buen sustituto en Dani Martín. Djurdjevic no parece que tenga ninguno. El portero local hizo las dos únicas paradas del partido. Rematadores rojiblancos no hubo. El Sporting solo tiró una vez a puerta, en el primer tiempo. Y ni en ese periodo ni en el segundo creó ocasiones de gol. Tuvo el balón más tiempo de lo que le resulta habitual, porque el precavido Lugo se lo cedió. Pero no creó ocasiones. O, si se quiere ser más precisos, las dos únicas claras, ambas de Peybernes, que terminaron una en gol y otra en el poste, quedaron invalidadas por producirse en fuera de juego. Por ocasiones, al igual que por tiros a puerta, el balance del Lugo fue mejor, ya que tuvo cuatro claras, todas ellas en el segundo tiempo. Una, un disparo de Josete Malagón que dio origen a una de las dos paradas de Dani Martín. Luego, una arrancada de Gerard, que acabó dejando a Barreiro ante la portería local para que disparase alto. La tercera la tuvo Pita, a quien se le escapó un fácil control de balón con el que hubiera quedado solo ante Dani Martín y a dos metros de la portería. Y de nuevo el exoviedista Josete tuvo opción a marcar en un saque de esquina durante el tiempo de prolongación; pero, tras ganar las alturas con claridad, cabeceó sin buena puntería.

Lo que no hay. En el duro sprint final de la competición el Sporting ha fallado sobre todo en los partidos que estaba obligado a asumir la iniciativa. Ante esos rivales se hicieron más manifiestas sus limitaciones, que se concretan sobre todo en la incapacidad para proponer juego. Le falta equilibrio en el centro del campo, donde, con Cofie como referencia, no es que sobreviva la sombra que dejó Sergio sino que, simplemente, se ha hecho de noche. Supuestamente a Nacho Méndez le corresponde encender la luz. Lo intenta, pero lo tiene difícil. A menudo aguanta demasiado el balón esperando unos desmarques que no se producen. La creatividad en ataque, que tanto se echa en falta en este Sporting, no la aportan los titulares habituales ni los eventuales sustitutos, como ante el Lugo, el frío Lod o el decepcionante Blackman. La temprana sospecha de que se había fallado en la composición de la plantilla se ha ido confirmando cada vez más, tras ampliarse al resultado de los refuerzos del mercado de invierno. Álex Alegría viene a encarnar el fracaso de ese segundo intento, que no es tanto suyo como de la idea que propone como solución. Es notoria su pelea para recibir de espaldas a la portería contraria y aguantar el balón hasta que se incorporen sus compañeros, pero sería mucho mejor -no solo más vistoso sino también más eficaz- que, en lugar de enviarle balonazos pedradas para que los aguante, el equipo llegase arriba con un juego fluido al que los delanteros ofrecieran el complemento de desmarques y remate. Está claro que José Alberto ha optado por un estilo de juego más bien rupestre, que sirve para defender con bastante eficacia el cero en la portería propia, pero que lo que más suele conseguir ante la contraria es lanzar muchos corners. Tras lo que viene ofreciendo en este decepcionante final de Liga la pregunta pertinente es si este Sporting tiene jugadores para otra cosa.

UN GRAN MÁLAGA EMPEQUEÑECIÓ AL OVIEDO

Las ilusiones del Oviedo ante su partido de anoche en Málaga se basaban tanto en la recuperación que apuntaba el equipo como en la crisis permanente en que parecían vivir los malagueños, sobre todo en su propio campo, donde no ganaban desde enero. Pero las dos pistas resultaron falsas. El Oviedo estuvo lejos de confirmar su recuperación y el Málaga se mostró como un verdadero grande de la categoría. Los malagueños empequeñecieron a los carbayones como ningún equipo lo hizo en la Liga actual. Tal pareció que habían estado ahorrando durante meses para derrocharlo a manos llenas.

Con diez, como con doce, o más. El mayor mérito del Málaga estuvo en cómo afrontó el partido al quedar con un jugador menos, por expulsión de Keidi Bare, cuando le quedaba una hora por delante. La inferioridad numérica, sobre todo cuando sobreviene estando con ventaja en el marcador, suele invitar al numantinismo. El Málaga no cayó nunca en esa tentación. Por el contrario, intentó siempre hacer buen fútbol, incluso a costa de incurrir en riesgos, como el de sacar siempre el balón jugado. Y el Oviedo fue incapaz de contrarrestarlo. Nunca pareció que los malagueños jugaran en inferioridad. Ni que los oviedistas lo hicieran en superioridad. Cuando en el minuto 88 remataron por primera vez entre los tres palos, el Málaga ya sumaba tres goles y Champagne había evitado otro con una gran parada. La superioridad del Málaga, técnica, física y mental, pudo dar la sensación de que también era numérica. Y en alguna medida lo fue, porque hubo jugadores malaguistas, como N'Diaye, Blanco Leschuk o Renato, que a sus oponentes les debieron parecer más de uno.

Ontiveros, clave. Pero si el Málaga tuvo un jugador clave fue Ontiveros. Él fue quien provocó el penalty ante un ingenuo Ibrahima, quien aseguró el resultado con un espléndido segundo gol, en el que desbordó a Bárcenas antes de colocar un disparo imponente desde fuera del área y quien, en fin, sin dejar de ayudar a la propia, rompió una y otra vez la defensa azul.

El Oviedo, sin recursos. El Oviedo inició el partido con descaro, pero su intención no se vio acompañada de los necesarios recursos, quizá porque Berjón no tenía su día. El penalty del minuto 14 supuso una grave contrariedad, que se pudo compensar con la expulsión de Bare por una brutal -aunque quizá no fuera intencionada- entrada a Ibra en la disputa de un balón en el centro del campo. Pero los azules no supieron reaccionar. Tejera y, sobre todo, Jimmy mantuvieron un cierto equilibrio en el centro del campo, pero el equipo fue incapaz de proyectar peligro sobre el área de un rival que, pese a su inferioridad numérica, estaba lejos de echarse atrás. La intención que mostró Joselu en varias jugadas no fue acompañada de la necesaria precisión. Tuvieron que entrar Toché, y más tarde Omar Ramos y Mossa, para que el ataque oviedista diera alguna señal de peligro. Se quedó en mero indicio.

Málaga, gafe. Málaga volvió a mostrarse territorio adverso para el Oviedo. La derrota entraba esta vez, además, dentro de lo posible. No tanto, sus dimensiones, claro. El problema inminente que se le plantea al Oviedo es recuperarse del golpe para afrontar un reto que, aunque se haya puesto más difícil, sigue siendo asequible. El mayor estímulo para ello puede ser la certeza de que en las próximas jornadas no se encontrará con un rival tan fuerte como los malagueños.

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