"Todo está bien, Roxu". Está bien". Vuelve a sonar el "Canon" de Pachelbel y la cámara de José Luis Garci se va alejando mientras dejamos en la sala a Antonio Albajara, el Nobel de Literatura gijonés que vuelve a casa y que apenas unos minutos antes le había comunicado a su amigo y compañero en el Sporting que la razón de su vuelta era que le quedaban pocos meses de vida.
Pocas escenas ha dado el cine que me conmuevan tanto como esta y el viernes, mientras veía por televisión la derrota del Sporting en Zaragoza, me invadió una sensación de tristeza que propició que en mi cabeza sonara otra vez ese maravilloso "Canon" ya asociado para siempre a la imagen de algo que se acaba.
El Gijón del plano inicial de la película es el de una ciudad gris, con una vieja estación de tren que hoy ni siquiera tenemos, un Molinón con grúas por las obras previas al Mundial 82, una calle Corrida con el letrero del cine Robledo y con coches, una playa en la que, como ahora, se sigue jugando al fútbol y un muelle sin barandilla. Una ciudad que se parece poco a la de ahora y que parece que le ha trasladado toda la oscuridad y el gris a un equipo de fútbol que se parece bien poco al que jugaba contra el Atlético de Madrid en la oscarizada película. "Estos jugadores son mucho mejores que nosotros. El rubio alto, el 4, ese es un fenómeno", le dice Albajara a su amigo. "Maceda. Es internacional y ¿te has fijado en el 11?, Ferrero. Internacional argentino", le responde el personaje magistralmente interpretado por José Bódalo. Esa temporada la acabaría el cuadro rojiblanco con una victoria salvadora en la última jornada ante Las Palmas que aseguraba la permanencia en Primera División. El delantero centro de aquel equipo era Fernando Gomes, que con once goles se consideró que no había cumplido las expectativas y acabaría años después ganando la Copa de Europa, la Supercopa europea y la Intercontinental y siendo "Bota de Oro" europea con el Oporto.
La Liga de aquel año la ganaba la Real Sociedad y equipos como Leganés, Huesca, Levante, Eibar, Villarreal, Alavés o Leganés miraban con envidia a un club que se llenaba de orgullo a la hora de hablar de Mareo y se permitía el lujo de competir en la División de los mayores. Cuando el personaje interpretado por Antonio Ferrandis visita El Molinón se emociona al pisar el verde y contempla en la grada de un fondo norte sin asientos una colada de ropa secando al nordeste gijonés. Un Molinón que se parece poco al de hoy en día en el exterior, pero que se parece aún menos en lo que sucede dentro del verde. Se pueden perder partidos, se puede bajar de categoría, pero hay algo intangible, el alma de un equipo de fútbol que se identifica con la ciudad que lo acoge y la afición que lo sigue semana a semana. Si pierdes ese algo estás perdido.
El Sporting lleva demasiados años empeñado en que se olviden de lo que un día fue y de lo que pudo ser. Y, a pesar de todo, resiste como el viejo escudo que presidía la tribuna baja del fondo norte en el recorrido visual de Albajara. La imagen de equipo "desalmado" de Zaragoza, de equipo sin norte en lo inmediato y sin proyecto de futuro es una imagen que ya ni siquiera provoca rabia e indignación sino tristeza, una profunda tristeza gris como el Gijón ochentero que vivía con el recuerdo cercano de los tiempos del blanco y negro. Era una ciudad por construir que albergaba un equipo de fútbol pintado de colores. Hoy la ciudad sale mejor en las fotos de promoción turística, pero a su equipo de fútbol no le queda otro remedio que volver a empezar.
El "todo está bien, Roxu" escondía el daño que no le quieres provocar al amigo del alma. Esperemos que en la rueda de prensa de final de temporada nuestro gestor de recursos humanos no nos diga: "Todo está bien, roxos" porque después de dos años ya nos sabemos esa película de memoria.
