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Catenaccio

Nacho Azparren

Rozada y los prejuicios

Sobre los errores del entrenador y las críticas recibidas

Cuando Javi Rozada cogió al Lealtad en Tercera y lo puso líder a las primeras de cambio, aquella situación cogió a muchos por sorpresa. También a sus críticos, a la vieja guardia, esos que ven con recelo cualquier novedad en los banquillos asturianos. Cuentan que uno de esos genuinos representantes se movía por los campos regionales vaticinando el fracaso del Lealtad. "¡Esto es muy largo!", comentaba cuando sus interlocutores le subrayaban el temprano liderato de los de Villaviciosa. El Lealtad no se apartó del primer puesto en toda la temporada, ascendió, se mantuvo en Segunda B y firmó la mejor temporada de su historia. Pero tenía razón, la temporada es muy larga.

La carrera de Rozada en los banquillos está llena de prejuicios por varios motivos. El cargo político de su padre influye, está claro. Pero no tanto como el hecho de no haber sido futbolista, trampolín para muchos técnicos mediocres. En Oviedo se ha encontrado con otro con notable fuerza histórica: ser de la casa.

Su situación recuerda a aquella anécdota recordada por Sabino López. La del canterano azul en los 80 que estaba cuajando un gran partido y había recibido los vítores de la grada. Hasta que uno de los veteranos espectadores dictó sentencia sobre el chaval: "¿Cómo va a ser ese bueno si es vecino mío?". Ser de Oviedo y jugar en el Real Oviedo somete al protagonista a un examen más vehemente que el de Jim Carrey en el Show de Truman.

Rozada se equivocó en Santander con su exacerbada protesta. Y se vuelve a equivocar en Vallecas. Le pierden las formas, más propias de un agitador que de un entrenador de un club histórico. Le pierden por el perjuicio que supone a su imagen pero, sobre todo, por el escudo que lleva impreso en el pecho. Está representando al Real Oviedo y cualquier gesto debe ser minuciosamente medido. Saltar a por el árbitro con gestos tan groseros es poner en la diana a la entidad.

Por ello será sancionado por la Federación y ha sido reprendido en el club. Ambos castigos, merecidos. Lo que no parece tan justo es aprovechar ese comportamiento para elevar el juicio a su labor como entrenador. A Rozada, el entrenador más joven del fútbol profesional y que ha ido avanzando sobre un lago cubierto con una fina capa de hielo (que nadie olvide que cogió al equipo último, con un punto y con un par de terremotos institucionales), le siguen persiguiendo los prejuicios. Hay críticas ponderadas, pero también está la cofradía del cuchillo: aquellos que vaticinaban su fracaso desde tiempos del Lealtad, junto a los que le esperan por motivos políticos y los que, directamente, no pasan una a los de casa.

Y eso que ha demostrado estar a la altura de la misión encomendada: reflotar a un equipo muerto en todos los aspectos. Con 37 años y sin experiencia previa en estos niveles. El Oviedo está vivo y, dicen desde El Requexón, hace años que no se veía una metodología de trabajo como la de ahora. Tarde o temprano se afianzará en el fútbol profesional, aunque el paso por Oviedo incluya peaje.

Al ovetense la experiencia de Vallecas debe servirle para aprender. Debe bajar las revoluciones en un motor que viene revolucionado de serie. De otra forma, la traba más importante hacia el fútbol profesional se la pondrá él mismo. Mientras lo hace, que el trabajo diario siga en la misma línea. Que la estabilidad del Oviedo pasa por ello. Y, como advirtió el sabio, esto es muy largo.

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