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Pablo González

En territorio comanche

Pablo González

El VAR se mete en política

El videoarbitraje en España, de fracaso en fracaso

Temporada y media después, el VAR suma cada jornada más enemigos. Y en cierta medida es lógico ya que la aplicación de las normas, el famoso protocolo VAR, varía dependiendo de por dónde tire el viento, de la hora del día, de si llueve o hace sol o vaya usted a saber. En realidad, es lo mismo de siempre: la tecnología, como antes (y ahora) los árbitros, tiene corazón y jefes, y claro, no es lo mismo aplicar todo el peso del videoarbitraje contra una camiseta que contra otra. Algo más viejo que el mundo. Aunque las moderneces también traen aparejadas otras "innovaciones". Por ejemplo, depende de vaya usted a saber de qué, la raya de un mismo fuera de juego se tira de una manera un día y otro día de otra. Da la impresión de que hay instantes, jornadas, en las que el operador tiene más ganas de trabajar que otras y bucea en busca de "otras" imágenes quizás para cuadrar el fuera de juego, esa uña del pie que anula la jugada, a martillazos. Y claro, el personal afectado se cabrea.

Sin olvidar que ya ha quedado claro que en esto del VAR, como en la vida, hay clases. Hay un VAR de primera y otro de segunda, lo mismo que hay quejas por las decisiones del VAR que pesan más que otras dependiendo de la planta noble de las que salgan. No es lo mismo que descuelgue el teléfono el tito Floren, que el presidente de un equipo de provincias. Lo dicho, nada nuevo.

Esta temporada y media de VAR también ha venido a dejar en evidencia que, oh sorpresa, el corporativismo arbitral funciona mejor que nunca. Que el VAR y el arbitraje de campo sean una vía de doble sentido complica que un colega desde la sala de la televisión saque los colores al que está a pie de obra, más que nada porque la siguiente jornada los papeles se intercambian. Nada nuevo, tan viejo como el ya legendario "¡Rafa, no me jo... ! ¿Penalti y expulsión de quién?" de Mejuto González a Rafa Guerrero en La Romareda. Tampoco se entiende que las comunicaciones entre la sala VAR y el árbitro sean secreto de estado y que sólo los que se quedan en casa y no los que acuden a los campos puedan saber qué es lo que ocurre en unas imágenes con el sonido capado. ¿No hay videomarcadores?

En otros deportes, las decisiones del VAR se toman con luz y taquígrafos, sin censura y a la vista de todos, los de casa y los "paganinis" de la entrada o el abono. Pero en el fútbol, nada nuevo, siempre funcionó mejor el oscurantismo y la política, mucha política. Y el VAR se ha tirado de cabeza a ese lodazal.

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