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Fiebre en las gradas

De repente, un equipo

Quizá fueron los vientos de Antroxu o quizá el partido del viernes no vino si no a refrendar algo que ya apuntaba el equipo desde hace unas semanas. Reconozco que llevaba meses haciendo algo tan raro durante los partidos como contar el número de jugadores de cada equipo. Me resultaba imposible que el Sporting y su rival jugaran con once futbolistas cada uno. La sensación permanente era la de que el rival siempre tenía más. Llegaban con más al ataque y contaban con más efectivos en defensa. Confiaba que alguna vez el conteo me diera la razón y así podría trasmitir mi hallazgo al club para que impugnara el partido. Nunca sucedió tal cosa, pero en el encuentro contra el Cádiz ni se me ocurrió hacer algo parecido.

Por primera vez en mucho tiempo el Sporting me pareció un equipo. Lo ordinario se convierte en extraordinario. Un portero firme que está para cuando se le requiere y no para multiplicar los panes y los peces una semana sí y otra también, dos laterales correctos en defensa y con ganas de sumarse al ataque con fuerza y decisión, una par de centrales seguros y contundentes, un medio centro defensivo que se hartó de correr y de ayudar a sus compañeros, un Pedro Díaz del que solo podemos lamentar el tiempo y los euros gastados en buscar fuera lo que había en casa y mejor, un Carmona que sigue demostrando que su mejor versión es mejor que la mejor versión de la mayoría de sus compañeros de equipo, un Murilo al que le han bastado apenas dos partidos y medio para acallar todas las suspicacias iniciales, la mía incluida y un Álvaro que parece que encaja perfectamente en el engranaje creado por Djukic.

Manu merece un análisis diferente. Leía hace muchos años una entrevista con el presidente Felipe González en la que éste decía que los expresidentes eran como jarrones chinos: se les suponía gran valor, pero nadie sabía muy bien dónde colocarlos. Con Manu empezaba a pensar que sucedía algo parecido. El jugador con más talento de la plantilla, el jugador por el que debería articularse un equipo y crearle el ecosistema propicio para ser decisivo nadie sabía muy bien dónde colocarlo. Una generación de gijoneses y gijonesas recordamos muy bien la Biblioteca Infantil y Juvenil que se ubicó en Begoña en los finales de los 70 y principios de los 80. Paco Abril, uno de sus impulsores, tuvo una idea tan genial como sencilla; una biblioteca infantil debe estar en el lugar donde están los niños y las niñas: en un parque. La solución con Manu también parece tan genial como sencilla: un jugador con ese talento debe estar donde esté el peligro. Su posición en el campo, sus sociedades con jugadores que hablan su mismo idioma como Pedro Díaz, Carmona o Murilo nos hacen creer que este Sporting de pasado tan gris y aburrido como el apellido de sus dirigentes puede tener un futuro si aprovecha el talento de jugadores como los citados, Nacho Méndez, Grajera, etc. Se puede escribir, hablar y discutir mucho de fútbol, pero al final todo acaba siendo más sencillo de lo que parece: un extremo que centra desde la banda y un delantero que se anticipa. Creo que los aficionados tampoco pedíamos tanto.

Queda la lectura de El Molinón. Así en individual, como un ente propio que cobra vida y que se hace tan necesario para lo que resta de temporada. El viernes, quizá aún impulsado por la ola de Santander, volvió a parecerse a lo que fue no hace mucho y a lo que algunos de la planta noble parecen empeñados en no querer ver. Con la afición reenganchada, con una apuesta decidida por el talento surgido en esta hornada por Mareo, el Sporting puede volver a ser el club que un día fue y no el felpeyu en el que se había convertido.

Esperemos que don Carnal venza a doña Cuaresma y que el disfraz de equipo se mantenga hasta el final de temporada.

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