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Catenaccio

Nacho Azparren

La mochila

Sobre la presión que atenaza al Oviedo en el momento decisivo

Cuando uno ve encarar a Saúl Berjón en las últimas fechas nota que cada pisada le cuesta más. Que cada arrancada es más pesada. El extremo, capitán y emblema, juega con una pesada mochila. La de la responsabilidad. El brazalete, su condición de jugador más desequilibrante y su sobreexposición en los últimos años (en el fútbol cualquier rostro termina cansando) le sitúa como diana cuando las cosas no marchan bien. Su estilo, también hay que decirlo, suele desafiar la paciencia del exigente Tartiere, pero en su descargo hay que decir que siempre pide la pelota, que no rehúye ninguna responsabilidad. Que Berjón deje de lado esa mochila y recupere la alegría de su fútbol retador es un asunto capital para tratar la salvación del Oviedo. En realidad, todo el Oviedo tiene que deshacerse de esa pesada mochila.

Tengo un amigo que dice que el peligro del oviedismo es que los jugadores tienen club de fans antes de haber debutado. "Jugar en el Oviedo te hace sentirte futbolista", repite como lema electoral cíclicamente algún fichaje. Ese sentirte futbolista también tiene sus pegas. "Aquí eres jugador del Oviedo hasta para comprar el pan", decía Gonzalo en plena etapa en el barro. En el exagerado mundo del fútbol, el Oviedo vive en una constante hipérbole. Los buenos momentos son muy buenos y los malos son nefastos. No hay escala de grises. Nunca se navega en la tranquilidad.

Llegados a este punto, hay dos tipos de equipos metidos en la pelea por la salvación. Los que lo perciben como un premio y los que solo ven el abismo. El Oviedo, evidentemente, pertenece al segundo grupo. Una masa social poderosa, una historia longeva y los efusivos mensajes del máximo accionista hacen que los últimos puestos incomoden y atenacen. No es el lugar natural.

Los equipos del primer grupo, los que juegan más desinhibidos, parten con ventaja en el tramo final. Nadie se imagina a los seguidores de Extremadura o Lugo increpando a sus futbolistas a la salida del autobús, de la misma manera que nadie se imagina sus estadios con 17.000 seguidores. El Oviedo es diferente, para la bueno y para lo malo. Jugar de azul sitúa al futbolista en el primer plano, en un escrutinio continuo. Para lo bueno y para lo malo. Para entrenarse y para comprar el pan.

Pero el final de campaña tan exigente exige un punto de calma. La situación ya es conocida, nadie a estas alturas (apagados desde hace meses los ecos mexicanos) duda de que el equipo peleará hasta el final por la salvación. El Oviedo tiene que aprender a convivir con la situación y afrontarla con naturalidad. Es el mensaje del sosegado Ziganda. Que la mochila quede a un lado. hay que jugar sin cargas.

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