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Sunderland: el sufrimiento placentero

Reflexiones en torno a la serie sobre un histórico del fútbol británico en horas bajas

La pasión por el fútbol en estado puro, ese inquebrantable sentimiento por unos colores. Ahora que no hay competición -por primera vez en la vida para casi todo el mundo-, revivir las dos últimas temporadas del Sunderland, uno de los grandes clubes históricos británicos, engancha. Hasta el cura participa de esta dramática historia en la que sufrir y sufrir sin desmayo parece un placer. Esas caras de dolor y de éxtasis que hemos visto tantas veces en el Tartiere o en El Molinón están expuestas aquí con una naturalidad pasmosa.

La serie de Netflix recorre, con inusual realismo y desde todos los ángulos posibles, la trayectoria del Sunderland tras su descenso a Segunda (Championship), y cómo en una mala temporada vuelve a bajar a la Tercera (Liga One). Y después recrea el intento de ascenso nada menos que en Wembley, fracasado en el último segundo del último minuto. Ni al mejor guionista se le ocurriría una derrota tan cruel.

El club es la principal referencia de una ciudad minera e industrial del noreste inglés, en el condado de Tyne & Wear, carcomido por la crisis del carbón y del naval. El fútbol es allí una religión con miles de adeptos incondicionales que llevan 141 años respaldando al equipo en cualquier circunstancia (ha ganado seis Ligas, la última en 1936, y ha estado 86 temporadas en Primera y solo tres en Tercera) por contraposición a su eterno rival, el Newcastle United, que representa a la capital del condado y que sigue en Primera (Premier). El equipo popular de la clase trabajadora y el burgués de la clase acomodada.

El Sunderland, que viste de rojiblanco y ha inspirado con esos colores a tantos clubes, entre ellos alguno próximo, es una ilusión compartida con la que enfrentarse cada día a la dureza de un desplome económico que parece no tener fin. Pero ni la historia, ni el fervor de los hinchas, ni el orgullo de la pertenencia a la tribu sirven de mucho cuando el equipo empieza a recular. Porque el fútbol es ganar y ganar y volver a ganar, como decía Luis Aragonés. Y cuando eso no ocurre todo lo demás se repite hasta el infinito: mala planificación, entrenador incompetente, jugadores poco comprometidos y bla, bla, bla? La tediosa retafila de obviedades. Los cambios no evitan el terrible desenlace.

Lo que enseña el documental es que, en todas partes, a iguales circunstancias, idénticos comportamientos. Si se gana, campo lleno (un coqueto y moderno estadio de 49.000 plazas para una población que no llega a los 200.000 habitantes) pero si se pierde los desafectos crecen, las críticas sacuden a la institución y ni las reuniones con los patrocinadores ni con los aficionados resuelven el verdadero problema: la sangría de derrotas hasta el descenso final.

En cierto modo, el modelo Sunderland, que tiene una estructura deportiva bien organizada desde la base (donde surgieron Henderson, ahora en el Liverpool, o Pickford, portero de la selección), unas instalaciones soberbias y una "mareona" que no decae (hermanada, por cierto, con la del Feyenoord holandés porque en los 80 muchos trabajadores del naval despedidos encontraron acomodo en el puerto de Rotterdam), nos remite al mercantilismo y al profesionalismo exacerbado del fútbol actual. Los clubes son un negocio especulativo, casi siempre opaco, en manos extrañas.

Pero nunca olvidaremos el romanticismo inquebrantable de esos antiguos mineros, de sus hijos y sus nietos que, abrazados a los colores rojiblancos, crecen recordando la gloria del pasado y sueñan con un futuro mejor para ellos y para su club, sea éste propiedad de un jeque o de una sociedad con sede en un paraíso fiscal. Como decía siempre Eugenio Prieto, se puede cambiar de todo en la vida, menos de equipo. Eso es exactamente lo que emociona de este "Del Sunderland hasta la muerte".

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