Hay quien se pregunta si la afición del Sporting roza el talibanismo o simplemente le va el sado. En la Liga de los partidos sin alma, la que se disputa para entretener a una sociedad que un día pone fecha al fin del covid y al siguiente paraliza los ensayos de la medicina milagro, la de un verano sin fichajes o la que aún no tiene claro si habrá partidos los viernes y los lunes, las colas en El Molinón se suceden día tras día para renovar los abonos. Tampoco es que se pueda decir que tan positiva respuesta -aún no hay datos oficiales, pero en el club son optimistas- se deba a que la afición y el consejo sean viejos amigos con una feliz historia en común. Habrá que achacarlo todo a razones en las que hay una mezcla de tradición, fe ciega y espíritu de pertenencia. Tradición, por eso de que en casa siempre hubo uno o más abonos y no vayamos a perder el número de socio, esa cifra que cuanto más baja sea más derecho da a protestar. Fe ciega, por eso de que habrá abonos gratis si hay ascenso. ¿Y el espíritu de pertenencia? Pues será por eso de, por ejemplo, estar haciendo tiempo en un aeropuerto cualquiera y acabar viendo el partido en la tableta de un desconocido que también maldice cuando Djuka o Carmona hacen de las suyas. Será porque todavía aflora la rabia cuando se escucha la narración de Manfredo durante el atraco de Rodado Rodríguez en Ipurua o por el orgasmo colectivo que provocó aquel "¡gol en Lugo, gol en Lugo!". Será por eso, pero no por talibanes ni por masocas.