La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cualquier tiempo pasado fue un error

La radiografía financiera, verbal y postural de nuestros cargos públicos

Cada vez que contemplo la verdad económica de los políticos hecha pública en virtud de la vocación de transparencia de nuestras instituciones, no puedo dejar de sentir cierto pudor culpable por una incursión en la intimidad contable de las personas a la que cada uno y una de nosotros seguramente se resistiría con toda su energía. No queremos que nadie sepa si somos pudientes o andamos tiesos. En realidad, yo tampoco deseo saberlo del resto aunque sí tener la certeza de que quienes aspiran a administrarnos no hacen de lo público un chiringuito para sí y los suyos a costa del bienestar de la mayoría.

No sé si airear el dinero de sus cuentas, el porcentaje de titularidad de sus propiedades compartidas, sus acciones, vehículos, fincas rústicas, obras de arte? -como acaban de hacer con silenciosa disciplina, por ejemplo, los nuevos ediles de la corporación municipal gijonesa- garantiza realmente la erradicación del nepotismo, el cohecho, la prevaricación, las grandes o minúsculas corruptelas que tientan a quienes tienen poder y que saben encontrar el resquicio para colarse en sus vidas y ya no salir.

Porque imagino que casi todo corrupto empezó siéndolo un día por una diminuta cosa y luego, ladrillo a ladrillo, fue construyendo el templo de su miseria moral hasta llegar a la fortuna en billetes de quinientos bajo el colchón o la cuenta en Andorra, mientras su declaración de la renta le salía a devolver lo que en la vida al resto de los mortales. Esos pecadillos no van en la declaración de bienes.

Quiero decir con todo ello que la transparencia de la fortuna limpia me sobra si tengo la confianza en la prevención, el control y la sanción de las malas artes a costa de lo público. El problema es que no la tenemos, así que volvemos a la casilla de salida: tener acceso a la vida financiera de las personas públicas y fe en que todo lo que está es exactamente lo que han contado, para luego hacer la comparativa entre la fotografía de entrada y la de salida por si un enriquecimiento súbito hace saltar la alarma, aún a sabiendas de que lo súbito suele volar bajo radar.

Francamente, preferiría no saber si un edil invierte en acciones lo que otro decide mantener en su cuenta de ahorro o un tercero colocar en su plan de pensiones; querría no tener acceso a esas decisiones privadas ni especular con sus aciertos o errores financieros. Tampoco me satisface enterarme, por ponerles un ejemplo llamativo, de que nuestra alcaldesa es más pobre hoy que cuando se dejó enredar en la vida munícipe porque una cosa es no hacerse rica a costa del cargo y otra salir perdiendo por su culpa, como esos trabajos que hoy en día brotan verdes por doquier en los que prácticamente hay que pagar por trabajar y encima besar la mano que mece la tierra bajo los pies.

Parecidos sentires he tenido siempre con andar escarbando en el pasado verbal y postural -ojo, no el delictivo- de nuestros hombres y mujeres públicos. Tonterías hemos hecho y dicho todos. Si sólo quienes están libres de culpas pudieran tirar -si lo quisieran, que seguro que ellos no- la primera piedra, nadie tiraría piedras a nadie. Esto lo dejó dicho Jesucristo pero luego la sabiduría de las abuelas cuenta lo mismo de esta manera: siempre habla el que más tiene que callar.

Como la aldea global permite la permanencia en el espacio-tiempo de la tontería coyuntural, ésta se convierte en imbecilidad estructural contradiciendo así la base misma de nuestra sociedad: las personas evolucionamos aprendiendo, entre otras cosas, de nuestras bobadas extemporáneas, ridículos redondos, momentos en los que el silencio o la inacción hubieran sido una excelente elección pero no, fuimos mamelucos, sandíos, papanatas, simples, fatuos, estultos, lerdos, majaderos, tarugos u obtusos. Hoy lo sabemos.

Es verdad que hay tonterías y tonterías. Algunas exigen redención con explicación pública, especialmente si el que ha dejado acreditada cierta memez aspira a un cargo. Porque, al final, nunca he creído en el perfecto intachable, sí en el ser humano que consigue sacar lo mejor de sí mismo y, para los demás, hacer vivible esto que, si no fuera por un error tonto, iba a ser un paraíso.

Compartir el artículo

stats