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Veintiocho kilómetros

Crónica urgente de un desplazamiento a Oviedo

El otro día fui a Oviedo, la ciudad en la que pasé unos maravillosos años de mi vida, a hacer una resonancia en abierto a la Clínica Asturias, en la calle Naranjo de Bulnes; y tras apearme del Alsa en la más que digna estación de autobuses -la de aquí es vergonzante y no me canso- cogí un taxi, avisado por mi amigo Jose Cernuda, y alegué, pues diome vergüenza porque está al lado, insuficiencia respiratoria. Una vez realizada la prueba radiográfica bajé andando, apelo y sin piolet, del "Angliru", y en los escaso cuatro minutos que me llevó de vuelta a la estación, a pesar de los 21 grados reinantes, observé que las rebecas, parcas y jerséis eran ya el habitual uniforme de los pobladores de la capital no marítima del Principado.

En fin, aquí seguimos en mangues de camisa, continuamos bañándonos en la bahía y disfrutando aún del veranín. Parece mentira, categoría futbolística aparte, lo que diferencian 28 kilómetros.

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