Allí donde tengamos la impresión de que nada se mueve, no nos dejemos engañar, seguro que hay algún bullir y trasegar oculto a nuestra percepción. Bajo la superficie de un lago o en la intimidad invisible de los microorganismos, ahí se libran unas aventuras épicas a las que permanecemos ajenos a no ser que alguien las rescate de su anónimo fluir. Algo así ha ocurrido con Marcos Ordiales, profesor gijonés del Corazón de María, del que acabamos de saber que ha sido distinguido en un congreso internacional por "dar la vuelta" a su clase.

De esta forma se ha conocido que hay quien anda conjurado nada menos que en conseguir que las clases no sean un truño y que aprender se viva como una experiencia liderada por quien adquiere el conocimiento más que por quien ya lo posee. Pues sí, existen estas y otras conjuras. No sé ven pero están.

En el caso del profesor gijonés, se trata de una dinámica educativa denominada "Flipped classroom" -sí, viene del mundo anglosajón- ciertamente valiente, laboriosa y a prueba de egos. Se autodefine como "el aula al revés" porque el docente facilita al grupo recursos como vídeos, infografías, audios o breves lecturas que son píldoras de conocimiento de las que partir para luego dedicar el tiempo de clase fundamentalmente a actividades o proyectos con los que aprender.

La revolución es doble: la profesora o profesor trabaja en crear esas píldoras de saber y luego en tutelar un aprendizaje que se realizará a través de la práctica. La alumna o alumno se siente protagonista de su experiencia, mientras el profe se mantiene en un segundo plano, pilotando la nave de forma invisible. Como se pueden imaginar, el trabajo docente es enorme y hay que contar con la complicidad de las nuevas tecnologías pero, sobre todo, exige un cambio de mentalidad notable, no apto para dinosaurios del aula o de la alta gestión educativa.

Por si ustedes ya se están haciendo el juego de palabras, sí, hay flipados y flipadas en Asturias practicando la inversión de sus clases a diferente escala, desde Primaria a FP. Pero la parte más paradójica del asunto es que las propias administraciones andan embarcadas en la difusión de éstas y otras aventuras innovadoras, no sé si conscientes del todo de su intrínseca colisión con la forma en la que nuestro sistema educativo ha sido ideado y construido. Cargas antisistema patrocinadas por el sistema mismo.

Quizás porque en el fondo lo más cómodo para la mayoría es focalizar la revolución educativa en la transformación del profesorado, obviando que si éste está encorsetado en currículos, procedimientos, burocracias y cambios legislativos de difícil comprensión, la innovación tendrá un recorrido tristemente corto. Flipadas y flipados acabarán exhaustos, atrapados en la imposible cuadratura del círculo.

Ojo, también padres y madres tienen su papel en este camino. La predisposición del alumno a aprender, individualmente o en grupo, viene de casa. Pensar que el chiquillo volverá del cole transmutado en un ser listo y petado de valores no sólo es inocente sino fundamentalmente irresponsable.

Así que, puestos a flipar, juntos y todos a una.