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Aliviaderos

Vertidos en San Lorenzo, océanos plastificados y compromisos pendientes

La mar es nuestro aliviadero principal de fluidos. El sistema de saneamiento dispone sobre el papel que las aguas residuales sean recogidas, depuradas y regresen al ciclo de la vida en estado de dignidad. Gijón está cumpliendo aunque sólo en parte porque tenemos una depuradora paralizada judicialmente y dos pozos de tormentas por construir. A ese talón de Aquiles se ha venido a sumar la lluvia en esta primavera de pega, al borde de un verano que nos tememos inexistente.

Porque es la lluvia -en su momento tan deseada y a estas alturas francamente impertinente- la causante involuntaria de las manchas de vertidos en las aguas de San Lorenzo. Ésa es al menos la explicación de los expertos. Ya ven. La lluvia ha aliviado el estado calamitoso de nuestros pantanos y limpiado de partículas el aire que respiramos pero, de paso, ha enmierdado nuestra querida bahía urbana. Las aguas de lluvia y las fecales se acaban hermanando en nuestra red de flujos subterráneos y si el caudal aumenta en exceso, los aliviaderos evacúan directamente al mar la mezcla de todo.

El aAuntamiento asegura haber activado sus protocolos de control y hasta corregido algunos sobre la marcha para adaptarlos a la nueva amenaza. Porque si ya sabíamos lo que era tener calles inundadas -para eso contamos con un pozo de tormentas y la previsión de construcción de dos más-, el otro efecto colateral de la pluviosidad norteña lo estamos padeciendo en el centro neurálgico del verano gijonés: la playa de San Lorenzo.

Los análisis corroboran que las aguas no son aptas para el baño y la bandera roja lo impide, esta vez no por el estado físico de la mar, sino por el químico. Son nuevos códigos para nuevos tiempos que no queremos ver llegar pero que íntimamente nos hemos temido siempre. No hay más que visitar las costas de turismo intensivo, especialmente del Mediterráneo, donde las redes de saneamiento colapsan a ratos y se alivian encima de la playa.

Aquí también fiamos mucho al turismo. Cada vez más. Y mientras el ayuntamiento vende fuera nuestra ciudad bajo el eslogan "Gijón, un verano de gira", once festivales musicales de junio a agosto -de la pasada MotoWeekend a la Semana Grande- nuestra playa principal, parada imprescindible para cualquier visitante, muestra un estado lamentable. Puede que la lluvia disuada del baño pero la mancha -que se puede ver y hasta oler- disuade hasta de un mínimo paseo. Nos deprime a los propios, nos abochorna ante el turista.

Como ven, la clave es cómo aliviamos nuestros residuos porque si no lo hacemos con diligencia factores fuera de control como una lluvia incontinente nos desbaratan la gestión, que siempre es más idílica sobre el papel que en la cruda realidad pero que es gestión al fin y al cabo; en otros puntos del planeta sencillamente no existe.

Y a ese mar quería llegar también. Al inundado de plásticos hasta el punto de que los científicos avisan de que en 2050 habrá más residuos sólidos que peces. Acabamos de ver -con motivo del día mundial de los océanos- telediarios y redes sociales atiborrados de vídeos de islas flotantes de plásticos, animales enredados, intoxicados, agónicos. También la lucha desigual de los movimientos conservacionistas contra la desidia imperdonable de los estados y la imperdonable desidia individual de cada quien. Y a nuestro mar ¿quién lo alivia?

Es lógico que exijamos a nuestro Ayuntamiento que resuelva la emergencia en San Lorenzo, con medidas coyunturales -ahora-y estructurales -en el largo plazo-; es lógico exigir a escala estatal a nuestro nuevo gobierno. Pero exijámonos también a nosotros mismos, cada día, en cada gesto, reducir el impacto sobre nuestro ecosistema. No podemos seguir instalados en la ilusión de que devora nuestros deshechos y los devuelve convertidos en un paraíso natural.

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