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Poetisa

Como los personajes de Mónica

Mujeres creadoras que coinciden en un pub de Oxford y reflexionan con la palabra y la imagen

Será algo cierto decir que la noche comienza ya a entrar temprano. Me despido de María José, Marta y Mónica en un pub de Oxford. La primera organiza la conferencia "Women in Transition", que nos ha reunido en la ciudad. Gracias a su trabajo desde el King's College de Londres, María José Blanco hace años que estudia y hace visible la obra de escritoras y artistas que trabajan desde la península: este es el caso de la escritora Marta Sanz y de la directora de cine Mónica Rovira. Nos despedimos, entonces, en la ciudad universitaria donde pasarán la noche, y yo salgo a la calle para tomar un bus nocturno de regreso a ¿casa? De regreso a Londres. He alargado tanto el verano en España como he podido, cada año lo hago, temerosa de que no haya un siguiente tan flexible y generoso como los anteriores. Las plantas han crecido en la casa del Parchís, con el sol entrando a través de las vidrieras. Los camisones blancos, las sábanas tendidas. Los arándanos y el pan de escanda con el yogur y el polen de abeja sobre la mesa de la cocina.

Al salir a la calle vuelvo a sentirlo: un frío particular que me reconecta con vidas anteriores, vidas de invierno. Mi fantasmagoría impresa en este país, nido de memorias a las que soy incapaz de acceder "en cuerpo" cuando no me estoy moviendo a este ritmo ni en este clima. Está ocurriendo ahora, pero este tacto de presente podría ser atrás, antes. Antes, atrás, frío mezclado con un estado de atención de animal que cruza calles en las que casi todo es nuevo. La percepción de la soledad es más intensa, quizás más bella, y que exista quien nos espere después del seminario, quien reconozca y acoja el cuerpo destemplado, parece un regalo. Un premio imposible que sin embargo es capaz de darse en estas circunstancias, cuando más se necesita. Pienso en la novela "Clavícula", de Marta Sanz, en la certeza del compañero al otro lado del barranco discursivo, el abismo que a veces alucina el cuerpo cuando reflexiona demasiado sobre sí mismo.

Estoy hablando de amor, del que ocurre en la vulnerabilidad de las grandes ciudades, donde no hay estructura que nos sujete sino esa sensación de que todo, demasiado, es posible. El amor como un encuentro, una asociación que arraiga en un momento del tiempo: ¿el amor contextual, producto de dos miradas que se han elegido, han sido capaces de engancharse la una en la otra? Pienso en "Ver a una mujer", la película que hace unas horas nos presentaba Mónica Rovira. Dos que están y no están juntas en el espacio y aun así se buscan, se interpelan. Función disyuntiva del sonido en el film, falta de enfoque en la cámara que sigue los rostros. Ver a una mujer es no encontrar el enfoque, ser todo búsqueda de una otra mirada, interrogación y movimiento.

¿Cómo puede ser que haya tenido que venir a Oxford para encontrarme con el trabajo de Mónica? Hay algo delicado que ocurre en los encuentros cuando sus actores estamos fuera de nuestros escenarios habituales. De pronto tenemos frío y hablamos del deseo, de la bomba que se esconde en el centro que lo mueve -eso decimos- de su imposibilidad como ente que busca el todo para culminar encontrar la nada. Qué viene después del deseo, preguntamos, el balbuceo o el silencio. Vuelvo a pensar en los personajes de la película de Mónica, una torpeza tierna de las amantes en su viaje de declive, torpeza que se sabe de buena voluntad y aun así rompe la copa, derrama el líquido sobre la tela que cubre las rodillas.

No tenemos ninguna respuesta, sonreímos, nos frotamos los brazos para entrar en calor, estamos aquí, no somos de aquí, no sabemos. Me pregunto si a partir de ahora podré perdonarme, en los días que vengan, recordando los personajes de Mónica, su deambular con valentía y tristeza la una al lado de la otra, probando el dulce-amargo de la comunicación interrumpida, que intenta y falla.

Si quizás podré perdonar el no entender qué me ocurre, qué es esa luz demasiado blanca después del deseo que expone los rostros y los deja sin sombras. La contradicción, si podré perdonarme la contradicción y hablar de todo esto después, tumbada en la arena, mordiendo una fruta. Y si podré sonreír, exacta y torpe a un mismo tiempo, con toda franqueza, como los personajes de Mónica.

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