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Historiador

El petróleo de Paquet

Un suceso acontecido hace un siglo en Gijón que hizo pensar en la existencia de "oro negro"

En no pocas ocasiones el inicio de las obras de construcción de un edificio depara sorpresas inesperadas. Subsuelos problemáticos no previstos, restos arqueológicos, proyectiles de conflictos pasados? pero quizás uno de los hallazgos más llamativos ocurrió en Gijón un siglo atrás, a finales del verano de 1918.

Se iniciaba entonces la construcción de la casa Paquet, obra del arquitecto Miguel García de la Cruz. Demolidas las edificaciones preexistentes para despejar el solar y comenzados los trabajos de cimentación los operarios se encontraron con que en un punto concreto del terreno comenzaba a brotar un líquido negruzco. Alguien exclamó "¡petróleo!" y el revuelo fue inmediato.

A comienzos de siglo los hermanos Felgueroso habían iniciado sondeos en Huerces y Caldones confirmando la presencia de carbón y, de forma más llamativa, de gas natural tras el mítico episodio del Mecheru de Caldones. Ahora parecía que unos metros bajo Cimavilla se encontraba un yacimiento del que ya comenzaba a ser conocido como el "oro negro" y que algunos vieron como un auténtico tesoro.

Mientras la Primera Guerra Mundial entraba en su fase final, en el Gijón de 1918 las exportaciones internacionales se habían disparado debido a la neutralidad española, dejando pingües beneficios pero también un gran desabastecimiento de todo tipo de productos, desde el acero para la construcción hasta alimentos básicos como los huevos. En ese mismo año al gran malestar social que ya se había traducido en la huelga general de 1917 y a la crisis política del turnismo de partidos se uniría el terror causado por la epidemia de gripe.

El panorama era, en sí, muy poco alentador por lo que cualquier asunto que pudiese ser susceptible de negocio y de mejoras económicas generaba expectación. Y un pozo petrolífero a pie de puerto era la bomba. Pero la euforia en los mentideros de la villa duró poco.

¿Petróleo? Alberto Paquet, propietario de los terrenos, optó por confiar el asunto a la ciencia encomendando al químico Juan del Castillo -quien pocos años después fundaría la célebre farmacia de la calle Corrida- la toma y el análisis de muestras.

El trámite resultó sencillo ya que Del Castillo ya observó sobre el terreno la imposibilidad de que se tratase de petróleo puesto que la surgencia contaban con una peculiaridad: el supuesto crudo estaba refinado. Tras los análisis el resultado fue que el líquido era esquisto, un aceite mineral que se había utilizado a partir del siglo XIX de manera generalizada para sustituir al aceite de ballena como combustible para el alumbrado. La conclusión fue que en el edificio derribado había existido un almacén en el que, en algún momento, algún barril de aceite de esquisto se rompió y el líquido se filtró al terreno hasta quedar contenido en una oquedad del mismo. Fin del misterio.

Donde algunos quisieron imaginar una torre petrolera acabó levantándose una de las residencias privadas más lujosas y hermosas de la ciudad, hoy en proceso de reconversión para albergue de peregrinos, cuya construcción generó esta pequeña y desconocida anécdota de la historia local.

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