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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

El Ministro

Extraña sensación de vacío tras el paso del titular de Fomento

Pasó el Ministro y, ya de llegada, cometió su primera ofensa al reunirse primero con el representante de su partido y, después con el presidente del Principado, que lo es de todos los asturianos y no de un grupo de militantes socialistas. Llegó y, nada más hacerlo, dijo aquello de "he querido ver primero a Adrián Barbón, muy estimado por la dirección federal y al que tengo un gran afecto" y se quedó tan ancho: lo que se dice todo un hombre de partido y muy poco de ministro del Gobierno de España. Como consecuencia de esta carencia de carisma ministerial, poco de sustancia tras su jornada y media asturiana: soluciones, pocas o más bien ninguna, palabras que esconden dilaciones y falta de verdadera resolución, las mismas que nos dedicaron sus antecesores y que no han hecho más que acumular lentitud, no ya en la finalización de las obras, sino en su comienzo en los casos más cercanos que nos atañen. De nada sirve que la cirujana, a la sazón Alcaldesa en vía de salida, se encocore mucho, los ritmos del ministerio respecto a esta sufrida provincia son desesperantes para nosotros, los que los sufrimos y que, por cierto, somos menos cada día que pasa; pero que poco importan a los burócratas ministeriales para los que esta pequeña franja de tierra entre los montes y el mar. Fuese el ministro y nos queda una no por esperada extraña sensación de neblinoso vacío.

Habrá que poner luz, pero hasta para poner las luces de Navidad en nuestras calles monta un jaleo el inefable concejal de los líos, Martínez Salvador, el de los moriyonistas que intentan embridar los asuntos públicos de esta villa y su concejo y que tantas veces les sale torcida la cosa. Eso del alumbrado navideño no es menester que a uno le resulte especialmente agradable, como todos los jolgorios que rodean a estas fiestas cada fin de año, pero es preciso constatar que, para celebrar algo que debería en teoría resultar una celebración entrañable, lo que logra es abrir la caja de las disputas y los amargos desacuerdos. Si se trata de una cuestión de promoción comercial, y ya que va dedicado al mercado doméstico, debería ser cada comerciante el que corriera con los gastos y no el procomún, pero los ayuntamientos lo han asumido como una carga ineludible y cada cual tira de la cuerda para su lado. Como los recursos son limitados, es imposible contentar a todos. Desde hace bastante tiempo, se exigía que, por lo menos, los comercios aportasen un ínfimo porcentaje del coste. Ahora ni eso. Así que Martínez Salvador y los suyos han repartido al buen tuntún y a saber con qué arcano criterio las calles agraciadas con arcos de lucecitas. De ahí a levantarse una montaña de quejas provenientes de los desfavorecidos no ha pasado ni un minuto. Pues nada, que estos salerosos y desahogados gobernantes municipales lo disfruten en cómodos plazos: seguro que la preocupación no será tanta como para que se les atraganten las uvas.

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