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Crítica / Música

Un Shostakovich poderoso y cargado de emoción

El Museo Evaristo Valle se consolida como escenario excepcional para los conciertos de música de cámara

La música clásica se confirma en la programación cultural del museo Evaristo Valle. Ya hace años que sus salas acogen conciertos de grandes músicos organizados en conjuntos de pequeño formato. La cercanía a la música es uno de los grandes atractivos de estos recitales; el público está a escasos metros de los intérpretes y las obras llegan con todos los matices, porque han sido concebidas para ser interpretadas en salones de dimensiones modestas, eso es lo especifica el apelativo de "cámara". La propuesta de este fin de semana era variada, casi antagónica, porque el lenguaje de Shostakovich está muy alejado del de Mozart. Dos universos sonoros dispares, separados por una preceptiva pausa de quince minutos, que sonaron como mandan los cánones.

El oído de los asistentes agradeció que Mozart fuera primero. Orden, simetría y contención son algunos de los apelativos que caracteriza a la música del Clasicismo, y en este "Cuarteto con piano n.º 1 en sol menor" no hubo sorpresas. El ímpetu y el vigor gobernó el desarrollo de los movimientos animados, mientras los lentos sonaron pausados y con aire afectado. Fueron los allegros los que más brillaron a base de una acertada articulación de los fraseos que marcaron el respirar de la música. Primó la ligereza y la fluidez de la melodía con un juego de dinámicas cuidado. Mozart suena a Mozart, y quizás más aún al piano; los trinos, las características entradas de líneas melódicas, las suspensiones a base de cadencias truncadas, toda una serie de recursos que culminan en un final con mucha fuerza, realmente efectivo a unos metros del conjunto de intérpretes.

El "Trío n.º 2 Op. 67" de Dimitri Shostakovich está lleno de sorpresas. Nada que ver con lo anterior, aquí se impone el carácter atormentado, las disonancias, y se desafían los registros naturales de los instrumentos. La obra empieza con un solo agudísimo del chelo a base de armónicos al que se van incorporando violín y piano en un ámbito más grave, rompiendo la lógica habitual. De la sutileza inicial pasamos a la violencia, con pasajes que resultan agresivos tanto por su intensidad como por las técnicas de interpretación. No hubo tregua para el oído, los amplios ámbitos melódicos y las progresiones temáticas con disonancias tan habituales en este compositor gobernaron una pieza llena de contrastes, porque al impetuoso "Allegro con brio" le sigue un "Largo" aletargado en el que el compás se disuelve, y sin interrupción entra un "Allegretto" con un jovial juego de pizzicatos que se ensombrece hasta apagarse en un final que hizo a la sala contener la respiración.

Es una obra cargada del drama que el compositor estaba viviendo en plena II Guerra Mundial. Y toda esa tragedia cobró vida en forma de música; el impacto en el público fue contundente y los aplausos tardaron en arrancar. Había mucha carga emocional en la sala: la de la música y la de los músicos, que se entregaron a fondo en una pieza realmente exigente. Una experiencia memorable.

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