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Por libre

¡Paparruchas!

Tradiciones navideñas y la traición de la incomunicación de los asturianos que residen fuera

En buena parte de los hogares asturianos, de un modo u otro, la Navidad ya había llegado incluso antes de ese tradicional encendido del alumbrado con el que todos los ayuntamientos a lo largo y ancho de nuestra bendita región, engalanan cada ciudad, villa o 'pueblín', para una ocasión tan señalada como esta; y que sirve a modo de pistoletazo oficial de salida a un periodo desenfrenado de compras, fiestas y excesos varios, que entre poner y quitar luces y todo tipo de adornos, se alarga en realidad durante casi dos meses.

Para empezar y como todos los años, quien más quien menos, hace semanas (o incluso meses) que habrá comprado algún décimo o participación de esa lotería cuyo premio Gordo, con el pasar de los años ha dejado de ser tan "gordo". Hasta tal punto de que cada vez son de menor diámetro los agujeros que poder taponar, en el caso de tener la enorme fortuna para que uno de los niños cantores de San Ildefonso, extraiga la bolita adecuada y no cualquiera de las otras 99.999.

Por supuesto muchos de ustedes habrán ya sucumbido también al igual que un servidor, ante la tentadora oferta de dulces navideños que inundan desde finales del mes pasado las tiendas de alimentación. En mi caso, cuando he ido a colocarlos en el armario correspondiente, fieles también al reencuentro, me he topado con los remanentes de la Navidad pasada.

Como si no fuesen por otro lado suficiente las cenas y comidas de los días festivos, reservados casi siempre para la familia o amigos más cercanos, nos llegan en estas semanas previas a la Navidad, un montón de invitaciones y propuestas para otras reuniones con mesa y mantel, que podríamos denominar 'de compromiso'. Esas en las que puedes encontrarte con personas a las que no has visto el pelo (o la ausencia de éste) en todo el año y que tampoco se acordaron en 365 días de preguntarte cómo seguía el tuyo.

No hace falta ser un adivino y de hecho hasta el mismísimo CIS podría vaticinar con acierto los temas estrella para los festines de estas navidades. Y donde en ninguno de ellos faltará el clásico 'prota' de turno, que pretenda llevar la voz cantante, y no con villancicos precisamente.

Nos llega por otro lado ese momento en el que algunas familias intentan aprovechar la ocasión que ofrece esa idílica aureola de paz y felicidad que todo lo inunda, para reconciliar hasta lo irreconciliable. Por 'espíritu navideño' que no sea.

Volveremos a celebrar las doce campanadas y sus cantarines cuartos. La mayoría confiarán a las uvas de la suerte sus mejores deseos para el nuevo año que sin embargo, salvo cataclismo inesperado, comenzaremos todos en el mismo lugar y con el mismo cuerpo con el que hayamos despedido apenas unos segundos antes al viejo.

Para el final y cuando más de uno para entonces, aborrecerá la mera visión de cualquier dulce navideño, aún quedará la fiesta más esperada por los niños: la mágica noche de los Reyes Magos (veremos si de nuevo con debate de por medio sobre su sexo), donde sus Majestades de Oriente repartirán multitud de regalos y apenas carbón (autóctono, eso sí), para alegría y regocijo de los niños, que son quienes de verdad salvan a la postre estas fiestas con sus sonrisas y su inigualable inocencia. Lástima que ésta última tenga fecha de caducidad. De ello bien que nos encargamos los adultos.

Tradiciones, tradiciones, benditas tradiciones. Como la de la vuelta a casa por Navidad de miles de asturianos que residen fuera de nuestro Paraíso Natural. Que con lo que se encuentran paradójicamente es con un verdadero infierno para poder regresar, en vista de la incomunicación en la que se encuentra sumida la Asturias de sus amores. Más que tradición esto es pura traición. De la clase política hacia los ciudadanos a los que se deben, por ser incapaces de ofrecer soluciones efectivas a este tipo de problemas reales, en lugar de enfrascarse en toda clase de polémicas estériles. Incluso en Navidad.

En fin: que ante el panorama que se nos avecina, es posible que a más de uno le entren ganas de gritar a los cuatro vientos "¡paparruchas!", cual señor Scrooge en el famoso Cuento de Navidad de Charles Dickens. Para ellos dedico estas últimas líneas y todo mi respeto. Y que no teman: en nada toca ponerse otra vez el bañador.

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