Aquí estoy, sentada como siempre ante un folio en blanco dispuesta a abrirme en canal para variar. Y nunca mejor dicho. Les cuento. Este puente, para mí no tanto que he currado el viernes, me descontrola total y absolutamente. Yo no me he ido porque me tocaba trabajar y porque generalmente no me voy cuando la gente puede irse. Ventajas de ser autónoma (yo creo que la única, porque de los autónomos hablaremos otro día), no soporto los agostos, ni los puentes ni nada que haga que la gente en masa se desplace y organice atascos espectaculares. Me cuenta mi hija que en Madrid han tenido que hacer en la calle Preciados una maniobra de urgencia para peatones (¿?): es decir, que un municipal dirige el tráfico de los peatones. Yo es que me parto. Pues a lo que iba. Si ya tenía yo preocupación con las fiestas que se avecinan, ni les cuento como se presentan para mi báscula. Quieran o no, los días de fiesta hay vermut, cervecitas con los amigos, cenas, comidas y demás zarandajas que me han dejado literalmente con dos kilos y medio más y aún no se ha terminado. Y claro, yo me veo y no estoy obesa, qué va, pero no tengo nada que ver con la Isabel que pesaba ¡¡¡ 20 kilitos menos!!! si, 20. Claro que cuando estaba en 48 kilos, con mi altura, 1, 68, la gente me miraba por la calle pensando que tenía Sida (en aquella época no se hablaba igual de la anorexia). Ahora tengo un aspecto de lo más lozano, pero no me reconozco.

No soy yo, me sobra todo de magro y me falta de talla. Y ahí voy. He descubierto algo interesante que me pone de muy mal humor y que quiero, ahora en serio, denunciar desde aquí. Soy fiel cliente de Zara, vamos que es como mi segunda casa y tengo muy buenas amigas allí. Pero Amancio me está poniendo de los nervios. Veamos. Yo pido una falda de la L, advierto que según los estudios mi masa corporal es normal (que yo me vea gorda es otra historia) pero resulta que a las faldas y vestidos de este año les falta una cuarta para que me abrochen. O sea no puedo meterlas. Es decir para ir bien, tendría que ser XXL y claro yo flipo. Este cambio ha sido desde el año pasado, han reducido unos 16 cm de cintura y lo puedo probar, porque, por supuesto, tengo otras faldas y vestidos de años anteriores que me quedan perfectamente. Entiendo por tanto que haya una epidemia de trastornos de la ingesta, porque si además de la presión social a la que someten a nuestras chicas (y ahora chicos con la tableta de abdominales) le unimos que no se pueden vestir en Zara salvo que sean esqueléticas, apaga y vámonos.

Creo que habría que hacer una seria reflexión sobre esto, porque no me quiero ni imaginar a una madre con su hija ir a Zara y que la niña que esté por ejemplo como yo, no pueda llevar la L porque la deja cianótica. Es absolutamente demencial y denunciable. Y conste que no lo digo por mí, que puedo irme a tallas grandes, que ya estoy en edad, pero cuando veo a esas niñas que no son esqueletos andantes, que son chicas de peso adecuado, sabiendo como sé que tendrán que pedir la Xl, se me abren las carnes, porque sé que en un momento dado, empezarán a verse gordas porque mientras sus amigas pueden vestirse a la última en el gigante de la moda low cost, ellas tendrán que irse a otro lado, porque no hay talla para ellas. Es verdaderamente un problema que debería atajarse muy en serio, porque la salud de nuestras adolescentes está en juego. No es ninguna tontería. Supongo que a Amancio le dará igual, pero en Zara hay unas hojas de sugerencias. Sería bueno que todos denunciáramos esta tiranía de las tallas. No nos hará caso, pero al menos lo intentamos.