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Por libre

Huevas de oro

La triste realidad de la situación del oricio en las costas asturianas

La noticia de que el Principado prorrogará hasta el 2020 la veda de los oricios, ha caído como un auténtico jarro de agua fría del mismísimo mar Cantábrico, muy especialmente entre los amantes de la pesca recreativa que tenían al codiciado equinodermo entre una de sus capturas favoritas.

La razón esgrimida es que a pesar de la recuperación que se está comenzando a percibir en la población de oricios autóctonos, ésta aún no es suficiente como para levantar una veda que tuvo su inicio en septiembre de 2016.

Habrá así una temporada más que conformarse con degustar los oricios que lleguen provenientes de Galicia. Y a unos precios que de seguir en su tendencia al alza desde que se implantase la veda en Asturias, harán que más de un comprador, haciendo honor a su nombre científico, Paracentrotus lividus, se quede lívido a la hora de pagarlos en la pescadería de turno; y no digamos ya si decide darse un homenaje en un restaurante o sidrería. No en vano las huevas de oricio cotizan a la par que si fuesen huevas de oro.

Cuestión aparte es que por más que con las personas pueda recurrirse a aquello de que "gallegos y asturianos, primos hermanos", por las púas de los oricios asturianos que el sabor de los nuestros supera con creces al de los gallegos. Esa indescriptible e insuperable mezcla de dulce y salado, con acentuado fondo yodado, hace que a uno se le ericen los pelos con solo cerrar los ojos y recrear ese golpe de mar que se produce en la boca, al paladear una de las cinco gónadas que coreografían la perfecta simetría pentámera característica del interior de cada oricio.

Volviendo a la triste realidad, la situación actual no es sino el precio emocional y monetario, a cual más doloroso, que hemos de pagar por haber contribuido unos más, otros menos, a esquilmar este manjar que nuestra bendita región, Paraíso Natural, por supuesto también bajo el mar, nos regalaba como buena madre que da de comer a todos sus hijos. Y es que primero nos encargamos de acabar con todo y después nos quejamos de quedarnos sin nada.

Pero puestos a repartir culpas, se podría debatir si realmente los pescadores no profesionales, esos que de roca en roca y cesto en mano pasaban una mañana a la búsqueda de unas doceninas de oricios (casi siempre además para compartir con familia y amigos), resulta ahora que además de pescadores son también pecadores, siendo su pecado el de haber puesto en peligro la supervivencia de los equinodermos. Parece cuando menos exagerado. O de si ya puestos a tomar medidas, la adoptada en su día por el Principado no llegó demasiado tarde. Algo a lo que nos suele tener muy acostumbrados. Véase por ejemplo lo que sigue ocurriendo con el Plumero de la Pampa. ¡Qué lástima que éste no se coma ni se comercie con él! El problema hace tiempo que se habría solucionado.

En fin, que parafraseando a Humphrey Bogart en Casablanca, "siempre nos quedarán les llámpares". Aunque luego pudiese presentarse Sean Connery a aguarnos la fiesta con su "nunca digas nunca jamás".

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